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ni una palabra de lo que ha escrito usted aquí». Al parecer del
                      cuerpo docente, la relatividad había sido «rechazada, con más o
                      menos claridad, por la mayoría de los físicos contemporáneos».
                      Einstein calificó el episodio en su conjunto de «divertido» y de-
                      sistió de su intento.


           «Es difícil que nadie que de verdad la entienda sea capaz
          de escapar al encanto de esta teoría.»

          -  ALBERT EINSTEIN ACERCA  DE  LA  RELATIVIDAD  GENERAL.

                          Tardó un año en tragarse su orgullo y volver a «probar suerte,
                      después de todo, [ ... ] en la Universidad de Berna». A comienzos de
                      1908 sometió Consecuencias para la constitución de la radiación
                      de la ley de la distribución de energía de los cuerpos negros, un
                      artículo que no revolucionaría la física, pero que a cambio presen-
                      taba la virtud de ser inédito. Además esquivaba el espinoso terreno
                      de la relatividad. En febrero, la universidad aceptó su solicitud. En
                      el semestre de verano de 1908 Einstein pisó por primera vez un
                      aula universitaria dejando atrás los bancos de los estudiantes, para
                      encaramarse a la tarima del profesor. Solo tres personas se anima-
                      ron a madrugar los martes y los sábados para escuchar, a las siete
                      de la mañana, cómo disertaba sobre un tema acorde con la esta-
                      ción: la teoría molecular del calor. Entre ellos no faltaban incon-
                      dicionales como Michele Besso. A veces su hermana Maja,  que
                      preparaba una tesis en lenguas romances en Berna, también se
                      dejaba caer para prestarle su apoyo moral.
                          Con semejante éxito de público no le quedó más remedio que
                      mantener el empleo en la Oficina de Patentes. En mayo del si-
                      guiente año fue nombrado profesor asociado de la Universidad
                      de Zúrich,  después de un duro regateo.  La plaza se ofreció en
                      primer lugar a un antiguo compañero de la Politécnica, Fliedrich
                      Adler, que supo quitarse de en medio con elegancia: «Si a nuestra
                      universidad se le presenta la oportunidad de conseguir a un hom-
                      bre como Einstein, sería absurdo que me nombraran a mí». Tras ·
                      superar este obstáculo, se cuestionó la aptitud pedagógica de
                      Einstein. Ante la crítica de que daba monólogos, se limitó a res-






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