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ponder con ironía: «Ya hay bastantes profesores sin mí». No obs-
        tante, pasado un tiempo prudencial, para templar una vez más su
        indignación, sometió su competencia didáctica a un examen ante
        la Sociedad de Física de Zúrich en febrero de 1909.  Recibió un
        aprobado raspado. Quedaba salvar una pequeña irregularidad de
        su partida de nacimiento, que el comité de contratación de la
        universidad no pasó por alto:  «Herr doctor Einstein es un israe-
        lita».  El informe del comité ahondaba en las consecuencias que
        esto podía acarrear a la institución: «Precisamente a los israeli-
        tas, entre los académicos, se les atribuyen ( en numerosos casos
        no del todo sin fundamento) toda clase de desagradables peculia-
        ridades de carácter, como la indiscreción, la insolencia y una
        mentalidad de tenderos en la percepción de su puesto acadé-
        mico». Después de arduas deliberaciones no estimaron «compa-
        tible con su dignidad adoptar el antisemitismo como política».
            Sí consideraron digno regatear un poco y ofrecer un sueldo
        más bajo que el que cobraba Einstein en la Oficina de Patentes.
        Por este motivo rechazó las condiciones. Aumentaron la oferta
        hasta igualar los 4 500  francos  anuales que  ganaba en Berna.
        Einstein aceptó. Cuando por fin se consolidó la plaza de Zúrich,
        un colega lo felicitó: « Ya era hora de que salieras de la Oficina de
        Patentes». A lo que él contestó: «Ahora yo también soy un miem-
        bro oficial del gremio de putas».
            En julio de 1909 recibió un doctorado honoris causa por la
        Universidad de Ginebra, y en octubre se planteó su primera can-
        didatura al premio Nobel. Después de arrancar a trompicones, su
        carrera académica despegaba con fuerza, con sucesivas paradas
        en la Universidad Karl-Ferdinand, de Praga (en abril de 1911), en
        su alma máter, de regreso a Zúrich ( en agosto de 1912), y, por fin,
        en Berlín (en marzo de 1914), donde le ofrecieron un puesto sin
        obligaciones docentes y el ingreso en la Academia Prusiana de
        Ciencias.
            Cada t:r:aslado traía aparejado un ascenso social y una mayor
        estabilidad financiera para el matrimonio Einstein. Sin embargo,
        la pareja, que había sabido mantenerse unida en los momentos
        más difíciles, no sobrevivió a su prosperidad. Parece como si Zú-
        rich hubiera sido el espacio natural para la relación y en las tres





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