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Dos años después, hacía el siguiente balance de lo sucedido en
                      una carta a una amiga de su mujer:


                          Para mí la separación de Mitsa (Mileva) era una cuestión de vida
                          o muerte. Nuestra vida en común se había vuelto imposible, incluso
                          deprimente, pero no podría decir por qué. Así que me he separado
                          de mis hijos, a los que quiero tanto. En los dos años que llevamos
                          separados los he visto dos veces. En la primavera pasada emprendí
                          un pequeño viaje con Albert. Con profunda tristeza, he comprobado
                          que mis hijos no comprenden mis actos, que alimentan una callada
                          furia contra mí y he llegado a la conclusión de que, a pesar de que
                          me duela, es mejor para ellos que su padre no vuelva a verlos.

                          En los años en los que Einstein llevaba a cabo su trabajosa
                      mudanza sentimental pensaba intensamente en la gravedad y en
                      la mecánica cuántica. Hacía honor a su credo:  «En la medida
                      en que pueda trabajar no debo quejarme ni lo haré, ya que el tra-
                      bajo es lo único que da sustancia a la vida». Uno de sus períodos
                      de mayor tensión mental estalló en 1915. Para entonces se habían
                      abierto tres grandes frentes en tomo a él: la Primera Guerra Mun-
                      dial,  el divorcio de Mileva y,  por último, su pulso con los mate-
                      máticos de  Gotinga por ver quién compietaba antes una teoría
                      geométrica de la gravitación.





                      EQUIVALENCIA ENTRE GRAVEDAD Y ACELERACIÓN

                      La estrella polar que guió a Einstein a lo largo de su ardua trave-
                      sía hacia la  relatividad general-que duró casi ocho años mar-
                      cados por la incertidumbre- se encendió en el mes de noviembre
                      de 1907. Más tarde la calificaría como la idea más feliz de su vida.
                      Una anécdota sitúa su origen en la caída de un pintor desde lo
                      alto de un andamio.  Al  interesarse Einstein por su estado,  el
                     hombre le contó que en un momento de su descenso, durante un
                      brevísimo instante, había sentido que flotaba en el aire.  «Una
                     persona en caída libre -recordaría años más tarde- no sentirá






          94          LOS PLIEGUES DEL ESPACIO-TIEMPO
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