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En aquellos años Hermann y Albert estaban librando una lu-
cha desigual con el mundo. Uno de los testimonios más conmove-
dores del cariño y la preocupación que Hermann sentía hacia su
hijo se encuentra en la carta que envió por propia iniciativa al quí-
mico Wilhelrn Ostwald. Dedicaba las primeras líneas a disculparse
por el atrevimiento. Después de repasar los estudios de Einstein y
ensalzar sus capacidades, pasaba a describir su situación:
[ ... ] ha estado intentando, sin éxito, obtener una plaza de ayudante,
que le permita continuar su educación en física teórica y experimen-
tal. [ ... ] Mi hijo es, por tanto, profundamente infeliz al no contar en
la actualidad con un puesto y su idea de que se halla fuera de órbita
hace que se sienta cada día más arrinconado. Además, le op1ime el
pensamiento de que supone una carga para nosotros, gente de me-
dios modestos.
Hermann pedía a Ostwald que leyera el primer artículo de
Einstein, «Conclusiones extraídas de los fenómenos de capilari-
dad», publicado en 1901 en losAnnalen: «[ .. . ] y que le escriba, si
es posible, unas pocas palabras de ánimo, de forma que pueda
recuperar su alegría de vivir y trabajar». Hasta donde sabemos,
Ostwald dio la callada por respuesta. Pocos meses después de
estrenar su puesto en la Oficina de Patentes, en la primera semana
de octubre, Einstein cruzó el túnel más largo de Europa, en San
Gotardo, para regresar a Italia y despedirse de su padre. Antes de
morir, Hermann hizo lo único que estaba en su mano para aliviar
las tribulaciones de su hijo y dio su consentimiento para que se
casara con Mileva.
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