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Lejos de provocar un terremoto, los artículos que Einstein pu-
       blicó en 1905 recibieron una acogida bastante tibia por parte de
       la comunidad científica. Al principio, solo Planck se dio por en-
       terado. La última en reaccionar, por descontado, fue la adminis-
       tración universitaria. Einstein sostuvo con ella un obstinado tira
       y afloja,  que discurrió a base de concesiones mutuas a regaña-
       dientes. En el mundo académico alemán el rango más bajo del
       escalafón correspondía al puesto de privatdozent, sin sueldo,
       que permitía dar clases a  cambio de  un modesto estipendio a
       cuenta de los alumnos. Einstein pensó que era una posición para
       la que había reunido méritos suficientes y presentó su solicitud
       en 1907, pero no contaba con la puntillosidad de los funcionarios
       de la Universidad de Berna. En la lista de requisitos figuraba la
       presentación de un artículo científico inédito. Él entregó dieci-
       siete. Dos, como mínimo, merecen un puesto de honor entre los
       grandes clásicos de la literatura científica. Sin embargo, ninguna
       consideración pesó más que el hecho de que ya los hubiera publi-
       cado. El claustro pudo dispensarle de esta formalidad si hubiera
       estimado que Einstein se había hecho acreedor a algún logro des-
       tacado.  Paul Gruner, profesor de física teórica, juzgaba la rela-
       tividad «muy problemática». El profesor de física experimental,
       Aime Forster, era menos sutil;  «Sobre la electrodinámica de los
       cuerpos en movimiento» le resultaba ilegible: «No logro entender






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