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TODO ES  MOVIMIENTO
            En cierta ocasión, Einstein le escribió a su hijo Eduard: «La vida es como mon-
            tar en bicicleta. Si  quieres mantener el  equilibrio, no puedes parar». Algo pa-
            recido le sucede a la  materia. Cuando un cuerpo emite radiación se  vuelve
            más ligero. Sucede lo contrario cuando la absorbe. La energía cinética, vincu-
            lada al  movimiento, también genera su  propia masa. La luz, por ejemplo, solo
            presenta masa en virtud de su movimiento y carece de masa en reposo. Nues-
            tro cuerpo está compuesto de moléculas. Las  moléculas, de átomos. Dentro
            de un átomo la  masa se concentra sobre todo en el  núcleo, donde los neutro-
            nes y protones están formados por quarks. El  propio nombre de la fuerza que
            los mantiene unidos, la  interacción fuerte, y de la partícula responsable de esa
            unión, el  gluon (del  inglés g/ue, «pegamento»), sugieren el  motivo: resulta
            extremadamente difícil separarlos. La  interacción fuerte es  la  más poderosa
            de la  naturaleza, y en lugar de debilitarse se crece cuando intentamos distan-
            ciar los quarks. No podemos verla como una atracción instantánea a la  mane-
            ra  de Newton, sino como un intercambio constante de gluones, que se crean
            y  se  destruyen sin  cesar, transportando la  fuerza. Todo ese movimiento de
            mensajeros de la  fuerza que van y vienen entre quarks, creándose y aniqui-
            lándose, se  traduce en  masa. Se  puede afirmar que más del 90% de nuestra
            masa no es otra cosa que el  movimiento de las partículas que nos componen.





          De acuerdo con el arquetipo clásico, el héroe debe pagar un
      precio exorbitado por su victoria. Albert Einstein iba a convertirse
      en el científico más renombrado de su tiempo, digno heredero de
      la estirpe de Newton y Galileo. A ojos de su padre, sin embargo,
      sería siempre el joven de talento al que el mundo había dado la
      espalda y que había comprometido su futuro en un matrimonio
      desafortunado. Durante el otoño de 1902 el corazón de Hermann
      Einstein cedió finalmente al asedio de las preocupaciones. Los
      últimos años de su vida podían resumirse con una palabra: banca-
      rrota.  Después de otra de las quiebras que venían jalonando su
      accidentada aventura empresarial, Jakob abandonó y aceptó un
      puesto de ingeniero en una firma italiana. Con su formación, Her-
      mann no podía permitirse una salida tan fácil y siguió perdido en
      el laberinto de sus negocios. En contra de los ruegos y las adver-
      tencias de Einstein, montó una nueva fábrica en Milán.






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