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posición sobre la terrella con los meridianos, y llamó polos a
los puntos en que se encontraban. Gilbert infirió, a partir de las
orientaciones de los imanes en la Tierra, que nuestro planeta se
comportaba de igual forma que la terrella: era el Gran Imán.
Desgraciadamente, los seminales estudios de Gilbert sobre el
magnetismo, que pudo realizar gracias a una holgada pensión con-
cedida por la reina -una de las primeras becas de investigación
concedidas en la historia-, quedaron anclados y olvidados por
espacio de casi dos siglos, pues sus colegas estaban más preocu-
pados por explicar la electricidad.
¿PARA QUÉ SIRVE UN BEBÉ?
Hasta 1819 se creyó que magnetismo y electricidad eran dos fenó-
menos completamente diferentes. Fue durante el invierno de prin-
cipios de ese año_ cuando un profesor de Física de la Universidad
de Copenhague llamado Hans Christian Oersted observó, durante
una conferencia pública sobre magnetismo, que, al aproximar una
brújula a un hilo que conducía electricidad, la aguja cambiaba de
dirección y dejaba de apuntar al norte. «Nadie en la audiencia
quedó impresionado por ello», comentó tiempo después. Oersted
estaba interesado en la posible relación entre ambos fenómenos
desde 1807 y su interés por el tema lo dejó claro en 1813, cuando
escribió:
Es necesario comprobar si la electricidad en su estado más latente
realiza algún tipo de acción sobre un imán como tal.
En su artículo del 21 de julio de 1820, Oersted informó a la
comunidad científica de su descubrimiento, llamando la atención
sobre su dependencia con la distancia y con la posición relativa
del hilo y la brújula: la aguja imantada se desviaba siempre que
no se pusiera en dirección perpendicular al hilo (véase la figura).
Curiosamente, este sorprendente descubrimiento fue reci-
bido de manera hostil por la ciencia francesa: «es solo otro sueño
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