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ENFERMEDAD Y MUERTE
El matrimonio Maxwell vivía cómodamente instalado en Scroope
Terrace. Cualquiera que conociera a James y visitara su casa se
percataría de que en su interior faltaba algo que siempre había
estado presente: un laboratolio. No lo necesitaba.
Al poco tiempo de llegar, la salud de Katheline empeoró y
James dedicó gran parte de su tiempo a cuidarla. Muy poco se
sabe de su carácter, aunque la idea más extendida es que se trataba
de una mujer «difícil». Su plima, Jemima Blackburn, la tildó de «ni
bonita, ni sana, ni agradable» y de «naturaleza suspicaz y celosa».
Algunos autores ponen en duda que estas palabras reflejen real-
mente una opinión objetiva de Jemima, pero de lo que no hay duda
es que el matlimonio sentía devoción el uno por el otro y James
siempre puso el bienestar de su mujer por delante del suyo propio.
Su nueva situación como director del Cavendish no hizo que
abandonara Glenlair; pasaban· cuatro meses al año en sus tie-
rras, donde disfrutaba de la vida del can1po que tanto le gustaba.
Maxwell se encontraba en la cima de la madurez, tanto humana
como intelectual. Aunque pronto las cosas iban a empeorar.
En la primavera de 1877 empezó a sufrir de acidez de estó-
mago crónica. El bicarbonato sódico aliviaba los síntomas y du-
rante el año y medio siguiente continuó con su labor habitual:
dirigir el Cavendish, dar sus clases y escribir artículos y libros,
entre otros una pequeña joya titulada «Matter and Motion», que
resulta ser una excelente introducción a la mecánica donde, con
el uso de un mínimo de matemáticas, explica los conceptos y
leyes de esta disciplina de la física.
Como de costumbre, en junio el matlimonio regresó a Glen-
lair; en septiembre, James empezó a tener fuertes dolores. Estaba
previsto que acudiera de visita uno de los plimeros científicos que
contrató, Williarn Gamett, que le había impresionado con sus res-
puestas en el Tlipos. Su mujer le dijo que podían esclibirle para
cancelarla, pero él se negó. Cuando el matlimonio Gamett llegó,
se encontraron con un Maxwell muy desmejorado, pero aún con
fuerzas para diligir el rezo vespertino o cuidar con mimo a sus
invitados.
EL CAVENDISH 169