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o en sus alrededores y provenían fundamentalmente de familias
       de comerciantes, aunque también de granjeros, clérigos, maestros
       y abogados. Los hijos de los dos primeros no solían seguir el ne-
       gocio paterno y buscaban una salida profesional como médicos,
       clérigos, profesores o abogados.
           Como mandaba la tradición, todo nuevo profesor debía im-
       partir una lección inaugural a la que asistía toda la comunidad
       universitaria en la que debía explicar cuál iba a ser la política que
       pensaba seguir como jefe del departamento. Maxwell se la pre-
       paró a conciencia. Dejó muy claro que no solo iba a explicar cien-
       cia, sino que también la usaría para que sus alumnos aprendieran
       a pensar correctamente por sí mismos:

           Confío que gracias al estudio cuidadoso y diligente de las leyes na-
           turales seamos capaces de huir de los peligros de las formas de pen-
           samiento vagas e inconsistentes y adquiramos el sano hábito del
           pensamiento enérgico que nos permita reconocer el error en todas
           sus formas.

           Y añadió  que  iba a  romper con ese hábito  académico  de
       desprecio hacia la experimentación: el laboratorio iba a ser una
       pieza fundamental de sus clases. Por suerte, su predecesor era un
       entusiasta de la investigación y había dejado un laboratorio bien
       provisto.
           Maxwell tenía muy claro qué quería hacer en sus clases, pero
       era necesario que lo detallara por escrito, pues debía presentar
       un completo plan de estudios. Sus días estaban bastante carga-
       dos de trabajo: preparar las clases y las sesiones de prácticas e
       impartir una vez por semana una clase en la Aberdeen Mechanics
       Institution,  un centro que abrió sus puertas en 1824 como res-
       puesta a las nuevas necesidades derivadas de la Revolución in-
       dustrial de dar formación técnica a los trabajadores. Durante tres
       décadas sus predecesores se habían encargado de proporcionar
       conocimientos científicos a los asistentes una tarde por semana,
       y Maxwell estaba encantado de continuar con esa tradición. De
       este modo, acabó teniendo una carga lectiva semanal de quince
       horas, a lo que había que sumar el tiempo que debía dedicar a los





                                        EL COLOR DEL CRISTAL CON QUE SE  MIRA   87
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