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producía el flujo de partículas, ello les permitió averiguar la carga
       de una partícula con tan solo dividir la carga total capturada por
       el número de partículas captado. Con este número en la mano,
       la identificación de la radiación alfa con el ión helio quedó fuera
       de toda duda; es decir, las partículas alfa eran núcleos de helio,
       átomos de helio que carecían de sus dos electrones. En esos mo-
       mentos, por fin había hallado su corroboración experimental, que
       posteriormente complementó con un experimento aún más refi-
       nado en el que se podía apreciar el espectro de absorción de la
       radiación alfa,  que de nuevo era idéntica al espectro del helio.
       Precisan1ente cuando estaba enfrascado en estos experimentos,
       llegó la noticia de que iba a recibir el ansiado premio Nobel de
       Química de 1908. Le fue otorgado por «sus investigaciones sobre
       la desintegración de los elementos y la química de las sustancias
       radiactivas».
           Después de viajar a Estocolmo, su mujer refirió por carta a
       unos familiares la siguiente anécdota: «Explicó que había tenido
       que trabajar durante largo tiempo con transformaciones de du-
       ración variable pero que ninguna había sido tan rápida como la
       suya propia, que en un instante había pasado de ser físico a ser
       químico». En la charla, explicó sus indagaciones sobre los rayos
       alfa,  iniciadas en Cavendish,  cuando fue  el primero en prestar
       atención a este tipo de radiación, y luego en McGill, cuando sos-
       pechó que podían ser partículas de helio - dado que en los ya-
       cimientos de minerales radiactivos había gran cantidad de helio,
       como había observado Ramsay- y ya sus más recientes inves-
       tigaciones en Mánchester, donde corroboró experimentalmente
       esta suposición.
           Rutherford fue siempre una persona austera, en consonancia
       con sus orígenes humildes, pero esta vez aprovechó el dinero reci-
       bido en el premio para adquirir un automóvil. Uno de sus antiguos
       alumnos, Otto Halm, preparó para su maestro un recorrido triun-
       fal por distintas universidades alemanas, en las que dio charlas y
       se reunió con numerosos científicos, a los que, en algunos casos,
       solo conocía de nombre, por su trabajo publicado.
           Cuando regresó a su trabajo en el laboratorio de Mánchester,
       Rutherford rápidamente logró el otro gran éxito de su carrera






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