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el motivo de la inquina no eran solo las ir\justicias del sistema de
        recaudación de impuestos, sino la venalidad de algunos de los
        miembros de la institución, que a menudo tenían demasiada prisa
        en recuperar las cantidades invertidas. Además, como el sistema
        eximía a los nobles y al clero, terminaba asfixiando a los ciudada-
        nos más desfavorecidos del Tercer Estado, que era el único sobre
        el que recaía
            Como miembro de distintos comités de la Ferme, tales como
        los del tabaco, la sal, las exportaciones o el personal, hizo estu-
        dios  exhaustivos del funcionamiento de la institución en esos
        campos  y  propuso  reformas  beneficiosas  para cada uno  de
        ellos. Sin embargo, una de sus propuestas iba a salirle muy cara.
        Cuando se hizo cargo del control de los impuestos de las mercan-
        cías que se vendían en París comprobó que al menos una quinta
        parte de las mismas evadían la fiscalidad, con el perjuicio que ello
        significaba para los ingresos de la Ferme y para los comerciantes
        que sí los pagaban, que trabajaban en inferioridad de condicio-
        nes. Para atajar el problema, propuso construir una muralla con
        el fin de controlar el acceso a la ciudad de bienes y personas.
            Cuando Lavoisier ya no se ocupaba de esos impuestos, la
        idea fue retomada por el ministro del momento, Colonne, que en-
        cargó la construcción de la muralla al arquitecto Claude Nicolas
        Ledoux. Este hizo un proyecto extravagante que costó 30 millones
        de libras, cantidad posiblemente muy superior a la que se preten-
        día recaudar. El resultado fue  muy criticado y se señaló como
        culpable a Lavoisier, que ni había diseñado la muralla ni había
        tomado la decisión final de construirla. Se elijo que el muro pre-
        tendía encerrar a los ciudadanos y que impedía que saliera el aire
        enrarecido de la capital y entrara el aire fresco.  Tan comentado
        fue el asunto que hasta se inventó un ingenioso trabalenguas para
        describirlo: Le mur mourant París, rend París murmurant ( «La
        muralla que mata París, vuelve a París murmurante»). Para la per-
        sona a la que se consideraba responsable de tal despropósito se
        llegó a pedir incluso la horca. Aunque nadie ahorcó a Lavoisier
        entonces, el hecho no fue olvidado, y años después sería uno de
        los «crímenes» de los que lo acusaría Marat desde su periódico
        L'Ami du Peuple.






                                                          EL ESTADISTA       117
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