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ytmando. Este suceso no desanimó al científico, sino que lo llevó
                      a extremar las medidas de seguridad para prevenir que accidentes
                      similares pudieran tener consecuencias trágicas en el futuro.  El
                      empleo del clorato potásico no resultó rentable, finalmente.





                      PRISIONES Y HOSPITALES

                      En 1780 el recién nombrado ministro Jacques Necker, a instan-
                      cias de su esposa, solicitó a la Academia de Ciencias un informe
                      sobre el estado de las prisiones de París, motivo de descontento
                      ciudadano. En sus viajes a través de Francia como miembro de la
                      Ferme, Lavoisier ya había tenido ocasión de comprobar el lamen-
                      table estado de las cárceles del país. Esta situación era análoga
                      a la de las prisiones de todos los países europeos, excepto las de
                      Alemania y Holanda, donde los reclusos estaban bien alojados y
                      alimentados e incluso hacían un trabajo útil.
                          Para atender a la solicitud de Necker, se nombró la corres-
                      pondiente comisión, cuyo trabajo fue coordinado por Lavoisier,
                      que también fue la persona encargada de redactar el informe. El
                      primer escollo que tuvieron que salvar los comisionados y sus ayu-
                      dantes fue superar las trabas que les pusieron para acceder a las
                      dependencias de las prisiones. Obviamente, los responsables de
                      las mismas eran conscientes del lamentable estado en el que se
                      encontraban las instalaciones y no querían que esa información
                      trascendiera. Pero esta actitud no iba a  desalentar a Lavoisier,
                      que abordó la situación con la mezcla de cortesía y decisión que
                      le eran características. No hay que descartar que usara la fuerza
                      que le daba el estar obedeciendo un mandato real.
                          Como era de esperar, el informe resultó demoledor, ya que in-
                      formaba minuciosamente de las condiciones en las que vivían los
                      reclusos. Los prisioneros estaban llenos de piojos y sama, lo cual
                      no era de extrañar pues por falta de espacio debían permanecer
                      de pie o sentados, incluso para dormir, y vivían rodeados de su-
                      ciedad e inmundicias. Las celdas no se limpiaban nunca, no había
                      letrinas y los presos apenas tenían agua para lavarse. Además,






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