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que confirmara su hipótesis. Para comprobarla, pusieron los dia-
mantes en un recipiente de arcilla que rellenaron con carbón en
polvo, tras lo cual lo sellaron y lo pusieron dentro de dos crisoles,
uno invertido respecto a otro, que también sellaron. Tras calen-
tar durante varias horas en un horno convencional ese recipiente
doblemente sellado, recuperaron los diamantes casi inalterados;
solo se habían oscurecido ligeramente en la superficie. Este resul-
tado parecía confirmar la idea de Maillard, pero no descartaba la
hipótesis de la evaporación, pues podía haber sucedido que en el
horno empleado no se hubieran alcanzado temperaturas lo sufi-
cientemente altas.
Lavoisier recordó entonces la existencia en los sótanos de la
Academia de Ciencias de unas lentes de Tschirnhausen, llamadas
así en honor al científico alemán que las había diseñado casi un
siglo antes. Se trataba de una especie de lupas gigantes de algo
más de 10 m de diámetro, que podían usarse para construir lo que
entonces se denominó un «horno solar», pues concentraban los
rayos solares en un área muy pequeña, en la que se podían alcan-
zar temperaturas mucho más altas que en un horno convencional.
Además, este «horno» era mucho más limpio y fácil de controlar
que el fuego de un fogón, en el cual los humos y las cenizas produ-
cidos durante el calentamiento se podían mezclar con los cuerpos
del proceso estudiado. Los primeros experimentos no tuvieron el
éxito esperado, porque las lentes no estaban bien pulidas y tenían
muchos defectos. Entonces se diseñó un dispositivo basado en el
mismo efecto, pero en lugar de estar formado por lentes macizas
estaba constituido por un recipiente hueco relleno de alcohol. La
construcción de estas nuevas lentes fue sufragada por Montigny,
un noble aficionado a la ciencia que era amigo de Lavoisier. Con
este nuevo dispositivo Lavoisier, junto con Macquer, Cadet y el
físico Mathurin-Jacques Brissons (1723-1806), realizaron en el Jar-
din du Roi el fan10so experimento de octubre de 1772.
El experimento fue todo un espectáculo contemplado por
multitud de curiosos, incluidas algunas damas que llevaron sus
mejores galas para la ocasión. Lavoisier llevaba gafas ahumadas
para proteger sus ojos del intenso rayo de luz. Además de los
diamantes de Maillard, se estudió el efecto del calor en rubíes,
44 EL OXÍGENO VENCE AL FLOGISTO