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calentándolos tanto al aire como en recipientes sellados. Cuando
                    el calentamiento se llevó a cabo en recipientes sellados, es decir,
                    en ausencia de aire, ninguna de las piedras preciosas sufrió cam-
                    bios. En cambio, cuando el calentamiento se realizó al aire, los
                    diamantes fueron haciéndose cada vez más pequeños y en 20 mi-
                    nutos habían desaparecido sin dejar rastro (he aquí una prueba
                    irrefutable para saber si una piedra transparente es un diamante:
                    si al calentarlo al aire a  muy alta temperatura desaparece sin
                    dejar rastro, lo era). Por su parte, los rubíes -que son óxido de
                    aluminio cristalino (A1p )  con pequeñas cantidades de cromo--
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                    no se alteraron. El experimento se realizó de forma que,  en el
                    caso de que los hubiera, se pudieran recoger los gases produci-
                    dos.  Para ello se empleó un dispositivo similar al diseñado por
                    Stephen Hales (1677-1761),  que posteriormente fue modificado
                    por Priestley. Para sorpresa de todos, el gas obtenido resultó ser
                    el llamado «aire fijo»  por Joseph Black (1728-1799), que se pro-
                    ducía por la combustión de carbón.
                        Lavoisier fue el encargado de elaborar una memoria -que se
                    conserva aún hoy- y presentarla ante la Academia, explicando
                    que los diamantes no se evaporaban, sino que ardían, aunque sin
                    llama. Pero más allá de detallar de forma clara y concisa los ex-
                    perimentos realizados y los resultados obtenidos, el proceso le
                    dio mucho que pensar. De entrada concluyó que si el gas produ-
                    cido era el «aire fijo»,  el diamante tenía que ser una especie de
                    carbón, a pesar de que la apariencia del carbón y la del diamante
                    fuese tan distinta (hoy sabemos que los diamantes son carbono y
                    que tienen la misma composición química que el carbón, por lo que
                    a altas temperaturas arden produciendo dióxido de carbono, el
                    gas responsable del efecto invernadero). Aunque nadie pensaba
                    de esta forma,  él ya había empezado a intuir que en un proceso
                    químico nada se creaba ni se destruía, sino que se transformaba,
                    por lo que si se obtenía el mismo producto, se debía partir del
                    mismo reactivo.  Por otra parte, dado que se requería aire para
                    que la combustión tuviera lugar, puede que el aire no fuera solo el
                    medio en el que transcurrían los procesos químicos, como se creía
                    hasta entonces, sino que tuviera un papel activo en los mismos.
                    Los interrogantes planteados eran dos: ¿en qué consistía la acción





         46         EL OXÍGENO VENCE AL FLOGISTO
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