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de los problemas más graves que debía encarar la física de la dé-
                      cada de 1930 era la aparición de infinitos en la teoria que explica
                      la interacción entre la materia y la luz. Si se pretendía calcular lo
                      que sucedía cuando un electrón chocaba con un fotón,  el resul-
                     tado era desastroso,  pues los infinitos plagaban las cuentas, y
                      nadie sabía cómo solventar esta situación. Los físicos estaban tan
                      desesperados que  organizaban congresos solo para tratar este
                      tema. Feynman fue uno de los tres que lo resolvieron. Pero, a di-
                     ferencia de los otros dos -el japonés Shin'ichiro Tomonaga y el
                      norteamericano Julian Schwinger-, solo la reformulación de la
                     teoria cuántica desarrollada por Feynman ha sobrevivido al paso
                     del tiempo. De hecho, los famosos diagramas que llevan su nom-
                     bre se encuentran en prácticamente todas las disciplinas de la fí-
                     sica que tienen que ver con el mundo de lo más pequeño.
                         Sin embargo, la contribución de Feynman a la física no ter-
                     mina aquí. Su increíble intuición física le llevó a desvelar porqué el
                     helio líquido, a temperaturas cercanas al cero absoluto (-273 ºC),
                     podía subir por las paredes del recipiente en el que se encontraba
                     y rebosar al exterior: es el fenómeno de la superfluidez. También
                     contribuyó a esclarecer la teoria que se esconde detrás de la fuerza
                     débil, una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza y
                     que  explica  ciertas  desintegraciones  radiactivas.  Finalmente,
                     ayudó a convencer a la comunidad científica de que los quarks
                     · postulados por su colega Murray Gell-Mann, las partículas con las
                     cuales se construyen los protones y neutrones, no eran un artificio
                     matemático, sino que tenían una existencia real.
                         Pero a Richard Feynman no solo le preocupó la investigación
                     científica; también estaba interesado en cómo divulgarla y en cómo
                     enseñarla. Sus conferencias «Qué es la ciencia» y «El valor de la
                     ciencia» siguen siendo fuente de inspiración para estudiantes e
                     investigadores. Sus clases de física elemental, recogidas en una
                     serie de libros que después de medio siglo se siguen reeditando,
                     son un ejemplo de cómo entendía el verdadero amor de su vida
                     este físico de Nueva York.  Dos eran sus frases-fetiche,  que tenía
                     escritas en la pizarra de su despacho: «Lo que no puedo crear no
                     lo entiendo» y «Aprende a resolver todos los problemas que ya han
                     sido resueltos». La física era su pasión; toda la física.  Para él,  la





          12         INTRODUCCIÓN
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