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colegas de que su idea de los partones hacía muy fácil estudiar la
                    estructura del protón. Como solía hacer, no les impuso demasia-
                    das condiciones, salvo el que eran puntuales y que se movían li-
                    bremente dentro del protón, probando de este modo que podía
                    explicar maravillosamente bien los resultados del acelerador.
                        Realmente, los quarks de Gell-Mann y los partones de Feyn-
                    man eran caminos que se dirigían al mismo destino, y estos cons-
                    tituyentes de la materia definían un nuevo campo cuántico que
                    permitiría construir una teoría que diera cuenta de la interacción
                    fuerte. Pero nadie los había visto, aunque sí se habían intuido en
                    experimentos como el de Standford. Por este motivo, Feynman,
                    en combinación con dos estudiantes, se embarcó en 1970 en la
                    aventura de revisar el catálogo de partículas elementales para des-
                    cubrir si el modelo de los quarks podría estar subyacente. Al final
                    se convenció de ello; se convirtió, como el dijo, en «quarkeriano».
                        Mientras, Gell-Mann no perdía oportunidad de ironizar con
                    los partones llamándolos put-ons ( algo así como «tomadura de
                    pelo»). Le repelía hasta el nombre, que Feynman había derivado
                    de la palabra inglesa part, parte. Incluso si en algún seminario al-
                    guien mencionaba el modelo de partones de Feynman, él inmedia-
                    tamente se levantaba y preguntaba qué era ese modelo. Gell-Mann
                    sentía que su colega había simplificado en demasía su modelo de
                    los quarks y no entendía por qué insistía en él cuando el suyo era,
                    a todas luces, más completo y mejor. Lo que no veía es que Feyn-
                    man había llegado a sus partones por un camino diferente al suyo:
                    mientras que Gell-Mann sacó sus quarks de la chistera matemática
                    de las simetrías y su concepción teórica del mundo,  Feynman
                    había hecho lo propio buscando lo que siempre había hecho cada
                    vez que formulaba una teoría: ver si la posible estructura interna
                    de los hadrones tenía alguna consecuencia observable.
                        El espaldarazo al modelo de los quarks llegó en 1974. El lunes
                    11  de noviembre de ese año, un emocionado Richard Feynman
                    hablaba con su colega Harald Fritzsch en los pasillos del departa-
                    mento de Física Teórica del Instituto Tecnológico de California.
                    En el acelerador lineal de Stanford, el SLAC, ochocientos kilóme-
                    tros al norte, se acababa de descubrir una partícula que parecía
                    poseer uno de los quarks de Gell-Mann: el encanto.






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