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blico lo que había sucedido y cómo los funcionarios de la NASA
                     habían desoído las recomendaciones de los expertos: mientras
                     ellos decían que las posibilidades de que una catástrofe pudiera
                     ocurrir durante un vuelo eran de solo 1 entre 100 000, los ingenie-
                     ros la calculaban en 1 entre 200. Feynman coincidía con ellos.

          «El reloj de la nave espacial que circula a la velocidad de la luz
         irá más despacio, pero también el cerebro del que lo lleva.»

         -  RICHARD  FEYNMAN. EL CARÁCTER DE LA  LEY FÍSICA  (1965).

                     El informe final de la comisión que revelaba el error tuvo que in-
                     cluir uno personal del propio Feynman, porque si no, aseguró a su
                     presidente, no lo iba a firmar. Feynman estaba indignado: la terri-
                     ble desgracia, ocasionada por el mal sellado de la junta trasera del
                     cohete impulsor derecho, fue culpa exclusiva de los directivos de
                     la NASA.  La causa inmediata estuvo en que las arandelas de cau-
                     cho se habían endurecido por el frío extremo de la noche previa
                     al lanzamiento y perdieron toda flexibilidad.  Al  endurecerse, el
                     sellado no se realizó y la llama entró por la brecha. Los ingenieros
                     habían estado alertando a sus superiores durante dos años sobre
                     la poca fiabilidad del sellado de los impulsores y la noche anterior
                     habían advertido de lo  peligroso que podía ser el lanzamiento.
                     Pero los responsables políticos de la NASA decidieron enviar el
                     Challenger a su destrucción por cuestión de imagen, desoyendo
                     todas las advertencias técnicas. Por eso Feynman terminó de esta
                     forma su demoledor informe:

                         Para que una tecnología tenga éxito es preciso que la realidad tenga
                         precedencia sobre las relaciones públicas, pues a la naturaleza no
                         se la puede engañar.

                         Tras una ceremonia oficial en la Casa Blanca, Feynman re-
                     gresó a casa, como bien sabía, a morir.
                         En la primavera de 1984 empezó a darse cuenta de que algo no
                     iba bien: se vestía con chaqueta y corbata para ir a dormir, dedi-
                     caba todos los días casi 45 minutos en localizar su coche aparcado





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