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esencial que es el juicio sobre qué observar y a qué prestar atención.
                        Y eso es la ciencia, no lo que los filósofos han dicho que es.

                        El tipo de conocimiento científico por el que abogaba Feyn-
                    man era el pragmático, no el descriptivo.  Su autobiografía co-
                    mienza contando su pasión de niñez por la experimentación en su
                    laboratorio, un viejo cajón de embalaje de madera al que le puso
                    unos estantes, y su capacidad para arreglar radios descompues-
                    tas. Ya de adulto, sus contribuciones a la física demuestran que no
                    abandonó esta forma de entender la ciencia en toda su vida. Su
                    trabajo no fue conocimiento por conocimiento, ni siquiera cono-
                    cimiento de algo. Es, como dice el escritor James Gleick, conoci-
                    miento de cómo hacerlo: «cómo calcular la emisión de luz de un
                    átomo  excitado,  cómo juzgar los  datos experimentales,  cómo
                    hacer predicciones, cómo diseñar nuevas herramientas para las
                    nuevas partículas elementales que empezaban a prolüerar en la
                    física».
                        Sin embargo, no se debe olvidar un aspecto fundamental que
                    ya señaló Feynman: «Es necesario recordar el valor de la ciencia
                    a los chicos, y a todo el mundo, no solo porque les hará ser mejo-
                    res ciudadanos o más capaces de controlar la naturaleza». ¿ Cuál
                    es ese valor? En palabras del propio Feynman:


                        La visión del mundo que nos da la ciencia tiene su valor. Hay belleza
                        en las maravillas del mundo que descubrimos como resultado de
                        esas nuevas experiencias [ .. . ] El mundo parece diferente tras apren-
                        der ciencia. Por ejemplo, los árboles están hechos ante todo de aire.
                        Cuando se queman, vuelven al aire y en el calor generado se libera
                        el calor del sol que fue fijado para convertir el aire en un árbol, y en
                        las cenizas está el pequeño remanente de la parte que no viene del
                        aire sino de la tierra. Estas son cosas bonitas, y la ciencia está ma-
                        ravillosan1ente repleta de ellas. Son inspiradoras y las podemos usar
                       para estimular a otros.


                        Quien bebe por primera vez de los posos de la racionalidad no
                    dejará de hacerlo jamás. «Las ciencias -decía Aristóteles- tie-
                    nen las raíces amargas, pero muy dulces frutos.» Para hacerlo, no





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