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partículas, no ondas).  Empezamos a  disparar electrones uno a
        uno  de  modo que  nuestro cañón dispara el siguiente electrón
        cuando suena el correspondiente clic del anterior, lo que nos ase-
        gura que ya ha llegado a la pantalla. Después de dejar pasar un
        tiempo prudencial, y de estar seguros de que hemos lanzado va-
        rios miles de electrones, nos acercamos para ver cuál es la distri-
        bución de clics en la pared de detectores: la imagen resultante es
        el clásico patrón de interferencia ondulatorio. ¿Cómo es posible?
        ¿El electrón interfiere consigo mismo? Eso parece. Pero si se com-
        porta como una onda, ¿cómo es posible que oigamos el clic del
        Geiger, que nos dice que allí ha llegado una partícula? Dicho de
        otro modo: si se produce un patrón de interferencias, el electrón
        pasa por las dos rendijas a la vez e interfiere consigo mismo, que
        es lo que hacen las ondas. Pero si lo detecta el Geiger en la panta-
        lla, se trata de una partícula. ¡ Una locura!
            ¿Realmente el electrón pasa por las dos rendijas? Eso es fácil
        de comprobar. Pongamos un detector en una de ellas de modo que
        sepamos por dónde pasa y repitamos el experimento. Al hacerlo
        nos espera una nueva sorpresa: los electrones dejan de compor-
        tarse como ondas y obtenemos el resultado de nuestro experi-
        mento con balas: solo los contadores Geiger que se encuentran
        enfrente de cada rendija se activan mientras que el resto, muchos
        de los cuales soltaron un clic en el experimento anterior, perma-
        necen mudos. Cada electrón ha seguido un camino a través de una
        de las rendijas y ha dejado su huella en la pantalla.
            En definitiva, lo que se encuentra en el fondo de este experi-
        mento es la desaparición de nuestro mundo cotidiano a escalas
        subatómicas. Existe una indeterminación fundamental en la natu-
        raleza que no nos permite, por ejemplo, conocer con precisión la
        velocidad y la posición de una partícula, o la energía involucrada
        en un proceso y el tiempo que dura ese proceso. Esto es debido a
        que no podemos separar la naturaleza del acto de observación. Al
        hacerlo, modificamos el mundo, hacemos que el mundo sea de
        una forma y no de  otra: veremos al  electrón como partícula o
        como onda en función de lo que queramos ver. Aún más, no pode-
        mos decir que el electrón vaya de un sitio a otro moviéndose por
        un único camino; debemos abandonar el propio concepto{le «ca-






                                                UN NUEVO MUNDO CUÁNTICO      31
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