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mino». Los electrones no siguen unas trayectorias definidas como
                     hacen las balas que dispara la metralleta, cuando un fotón choca
                     con un átomo haciendo saltar uno de los electrones a una órbita
                     superior, el electrón lo hace instantáneamente, sin atravesar el
                     espacio intermedio. El electrón deja de existir en un punto para
                     aparecer simultáneamente en otro: este es el famoso y desconcer-
                     tante salto cuántico.
                         Así de desconcertante era la física a la que se iba a enfrentar
                     Richard Feynman.




                     EL  MUNDO DESDE EL MIT

                     La física de principios de siglo estaba dominada por Europa. La
                     teoría cuántica se había desarrollado a espaldas de Estados Uni-
                     dos, que estaba comprando cerebros a golpe de talonario. En el
                     invierno de 1932 Abraham Fexner, el primer director y fundador
                     del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, convenció a
                     Albert Einstein para que se convirtiera en el primer profesor del
                     instituto; el 17 de octubre del año siguiente Einstein, en compa-
                     ñía de su segunda mujer Elsa, su secretaria Helen Dukas y su
                     ayudante Walther Mayer,  llegaron a Nueva York.  Como dijo el
                     físico francés Paul Langevin, «es un acontecimiento tan impor-
                     tante  como  podría serlo  la  mudanza  del  Vaticano  al  Nuevo
                     Mundo.  El papa de la física se ha mudado de casa y Estados
                     Unidos se ha convertido en el centro mundial de las ciencias
                     naturales». Fue allí, entre los árboles que llevaban a su casa en
                     la calle Mercer, donde se forjó esa imagen legendaria que nunca
                     le abandonó.
                         La física norteamericana tenía unas preocupaciones diferen-
                     tes a la europea. Mientras en el viejo continente se discutía sobre
                     las implicaciones filosóficas de la mecánica cuántica, la estado-
                     unidense seguía empapada por el  espíritu de Edison.  La física
                     teórica debía estar al servicio de la física experimental. « Un físico
                     teórico solo debe pedir una cosa a sus teorías -exclamaba desa-
                     fiante  Slater a  la luz  de  la revolución  conceptual que  llegaba






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