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Cuando en el otoño de 1939 Feynman llegó a Princeton para obte-
       ner el doctorado estaba convencido de que trabajaría con uno de
       los grandes de la teoría cuántica, Eugene Wigner, que se acababa
       de reincorporar en otoño del año anterior después de dos años en
       la Universidad de Wisconsin. Este físico y matemático húngaro y
       futuro premio Nobel tenía una nada disimulada afición: la política.
       Su preocupación principal era el cada vez más combativo Hitler,
       inquietud que compartía con su compatriota y colega Leó Szilárd,
       un hombre del que se dice tenía una rara habilidad para predecir
       acontecinlientos políticos futuros. Según se cuenta, en 1934 deta-
       lló los incidentes que llevarían a la Segunda Guerra Mundial. Por
       ello, y hasta que se instaló en Estados Unidos en 1938, vivía en
       hoteles siempre con una maleta preparada al alcance de la mano.
           Preocupado por los derroteros que estaba llevando el expan-
       sionismo alemán, Szilárd pidió a Wigner que le presentara a Albert
       Einstein. Era el 2 de agosto de 1939 y llevaba el borrador de una
       carta urgiendo al presidente Franklin D. Roosevelt a comenzar un
       programa de investigación para obtener la bomba atómica. Con la
       ayuda de Wigner y del tan1bién húngaro Edward Teller - toda una
       conspiración húngara- convenció a Einstein y ese mismo día el
       genial físico firmó la famosa carta.
           Así estaban las cosas cuando Feynman llegó a Princeton. Pero
       en lugar de Wigner, le asignaron un nuevo profesor de veintiocho






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