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reciente de la física: diecisiete de los veintinueve asistentes al con-
                     greso (se acudía exclusivamente por invitación) eran o serían pre-
                     mio Nobel.  El título no reflejaba la verdadera intención de esta
                     reunión: dirimir el camino al que llevaba la teoría cuántica. Y, como
                     apostillaría Bohr, «para ver cuál era su reacción [de Einstein] a los
                     últimos avances realizados». Fue aquí donde Einstein, a quien le
                     repelía la naturaleza probabilística del mundo, dijo su famosa frase
                     «Dios no juega a los dados».  Bohr le replicó:  «Deja de decirle a
                     Dios lo que tiene que hacer».

          «Ni siquiera la propia naturaleza sabe qué camino
          va a seguir el electrón.»

          -  RICHARD  FEYNMAN.

                         A esta mítica reunión acudió un joven físico británico de vein-
                     ticinco años,  Paul Adrien Maurice Dirac. Las largas discusiones
                     filosóficas sobre cómo interpretar la teoría cuántica le habían de-
                     jado totalmente frío. Y conseguirlo era bien difícil, pues Dirac era
                     el arquetipo del académico inglés silencioso e introvertido. Extre-
                     madamente callado y taciturno  (sus amigos acuñaron el dirac
                     como la unidad mínima de palabras que se pueden decir en una
                     conversación), trabajaba en solitario todos los días de la semana,
                     excepto el domingo que salía a pasear ... solo. En 1926 había uni-
                     ficado  en una misma formulación  la mecánica ondulatoria de
                     Schrodinger con la matricial de Heisenberg, pero él sentía que
                     debía hacer algo original. Fascinado como estaba por la relativi-
                     dad einsteniana, decidió que su siguiente objetivo era obtener una
                     formulación relativista para la mecánica cuántica. Lo había inten-
                     tado, y fracasado, los dos años anteriores. En el Congreso Solvay
                     le comentó sus intenciones a Bohr y este le contestó que Klein ya
                     lo había resuelto. Dirac sabía que no era así pero no se lo pudo
                     explicar, pues la siguiente conferencia que iban a escuchar aca-
                     baba de empezar.
                         La conversación con Bohr le convenció de lo urgente que era
                     encontrar una ecuación válida. Dirac era primero matemático y
                     luego f"ISico,  así que se enfrentó a la situación como si tuviera que






          48         DE  PRINCETON A  LA BOMBA ATÓMICA
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