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Fue la última carta que Arline leyó de su marido. Murió el 16
de junio a las nueve y veinte de la noche. Al día siguiente, Feyn-
man arregló los papeles para una cremación de urgencia y regresó
a Los Álamos bien entrada la noche. Había una fiesta en el dormi-
torio y él se sentó en una silla, exhausto. Al día siguiente sus com-
pañeros le preguntaron qué había pasado, a lo que Feynman
respondió: «Ha muerto. ¿Qué tal va el programa?». No quería ni
pésames ni lamentaciones. Entre sus papeles encontró el pequeño
cuaderno donde iba anotando la evolución de la enfermedad de su
mujer. Con mucho cuidado escribió: «16 de junio-Muerte». Que-
ría volver al trabajo, pero Bethe le envió de vacaciones forzadas
con su familia a Far Rockaway. Ellos no tenían ni idea de qué iba
hasta que alguien con un fuerte acento extranjero preguntó por él.
Su hermana Joan le contestó que hacía años que no iba por casa,
a lo que la voz dijo: «Cuando llegue, dígale que Johnny von Neu-
mann le ha llamado».
Richard se quedó varias semanas con sus padres, hasta que
llegó un telegrama cifrado urgiéndole que se reincorporara. Voló
desde Nueva York a Albuquerque, donde llegó al mediodía del 15
de julio. Un coche del ejército le llevó a la casa de Bethe, donde
su mujer Rose le había preparado unos emparedados. Tenía el
tiempo justo para coger el autobús que le iba a llevar al punto de
observación en Jornada del Muerto, hoy conocido por el nombre
que se le dio entonces, zona cero.
76 DE PRINCETON A LA BOMBA ATÓMICA