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dentro de su escala de valores. Y Arline, como chica inteligente
que era, lo sabía y le apoyaba.
La boda se celebró en el ayuntamiento de Staten Island, sin
que asistieran ni la familia ni los amigos. Los testigos de boda
fueron dos extraños que se encontraban allí. Temeroso de conta-
giarse, no la besó en la boca. Tras la ceremonia llevó a Arline a su
nueva casa, un hospital de beneficencia en Nueva Jersey. Él, por
su parte, debía prepararse para marchar a Nuevo México, a un
lugar llamado Los Álamos, con el objetivo de participar en uno de
los proyectos científicos más importantes del siglo xx: la construc-
ción de una bomba atómica.
UN NUEVO SOL EN EL CIELO
A las 5:30 de la mañana del 16 de julio de 1945, en una esquina del
campo de tiro de la Fuerza Aérea en Alamogordo, en la cuenca del
desierto de Nuevo México llamada Jornada del Muerto, Julius Ro-
bert Oppenheimer acaba de dar la orden de hacer detonar la pri-
mera bomba atómica de la historia. Feynman había llegado a Los
Álamos con la primera oleada de científicos, a finales de marzo de
1943 y fue asignado a la división teórica que dirigía Hans Bethe, el
pope indiscutible de la física nuclear.
La decisión de mudarse al lejano y árido oeste era la opo1tuni-
dad de aventura y romance que la pareja siempre quiso tener. Arline
escogió quedarse en un sanatorio en Albuquerque, a 160 km de Los
Álamos. Richard iba a verla todas las semanas. Los dos años que
pasó en aquel lugar dejaron una profunda huella en él. Y la vida le
dio allí una oportunidad que, inconscientemente, no desaprovechó:
Se dio la circunstancia de que, menos Hans Bethe, todos los peces
gordos se encontraban fuera, y de que a Bethe le hiciera falta alguien
con quien hablar. Total, que un día Bethe se viene a ver a un chava-
lillo presuntuoso e impertinente al que han puesto un despachito, y
empieza a razonar, explicando su idea. «Ni hablar -le digo-. Está
loco. Lo que pasará será esto, esto y esto.» Y él me dice: «Un momen-
DE PRINCETON A LA BOMBA ATÓMICA 71