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resultaba complicado diagnosticarla. El año 1941  estuvo repleto
                     de continuas visitas a los médicos para tratar esa «fiebre glandu-
                     lar», el nombre con el que su familia había decidido camuflar el
                     dictamen final de los médicos: la enfermedad de Hodgkin, un tipo
                     de linfoma maligno y mortal. Feynman no estaba de acuerdo con
                     esta decisión familiar; había pactado con Arline que nunca habría
                     mentiras entre ellos, ni siquiera piadosas. ¿ Cómo podían pedirle
                     que mintiera en lo más importante de todo?
                         Los padres de Arline, los médicos, su propia hermana ... todos
                     insistían en que era muy cruel decirle a una joven en la flor de la
                     vida que se iba a morir. Al final se vino abajo y transigió. Escribió
                     lo que él llamó una «carta del adiós» y la llevó consigo en todo
                     momento para entregársela cuando ella descubriera la verdad; es-
                     taba convencido de que jamás le perdonaría haberle mentido así.
                         No tuvo que esperar mucho tiempo, pues nada más regresar
                     del hospital Arline escuchó la voz de su madre, entre inconteni-
                     bles sollozos, contarle a una vecina el destino que le esperaba a su
                     hija. Cuando Richard fue a visitarla Arline le puso entre la espada
                     y la pared: no tuvo más remedio que contarle la verdad, le entregó
                     la carta y le propuso matrimonio.
                         Pero los problemas nunca vienen solos.  Las  universidades
                     como Princeton no dejaban que sus estudiantes tomaran por su
                     cuenta semejantes decisiones. Cuando Feynman fue a hablar con
                     el decano para decirle que su novi~ se moría y que se iba a casar
                     con ella, él le contestó que si lo hacía se quedaría sin los doscientos
                     dólares al año que ganaba como profesor ayudante. Ante seme-
                     jante ultimátum, Feynman empezó a considerar la posibilidad de
                     dejar la investigación y buscar un empleo. Andaba en esas disqui-
                     siciones cuando le informaron desde el hospital que habían encon-
                     trado el bacilo de Koch en las glándulas linfáticas. Arline no tenía
                     la enfermedad de Hodgkin, sino un tipo muy raro de tuberculosis.
                     No lo habían considerado antes porque ella no era la típica víctima
                     de la «plaga blanca»: ni era lo bastante pobre ni lo bastante joven.
                     Aunque la tuberculosis no tenía tratamientos efectivos, al menos
                     su desenlace no era ni fulminante ni mucho menos seguro: ya no
                     hacía falta que se casaran inmediatamente. Cuando se lo contó,
                     Richard notó cierto tono de desencanto en la voz de su novia.





          66         DE PRINCETON A  LA BOMBA ATÓMICA
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