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FOSFORESCENCIA: DEL NAUTILUS AL LABORATORIO
               Aunque  las  historias de marineros que veían  brillar el  mar por la  noche se
               conocían desde antiguo, fue Julio Verne quien las hizo verosímiles al  poner-
               las en  boca del capitán del Nautilus en su  novela  Veinte mil leguas de viaje
               submarino. Nemo atribuyó la existencia de un «mar lechoso» a la  presencia
               de millones de infusoria, un pequeño microorganismo marino que brilla en la
               oscuridad. La  novela se publicó en 1870, pero este fenómeno ya había atraído
               la  atención de Antoine Becquerel  mucho antes, a  principios del siglo xIx. El
               científico observó que muchos minerales presentaban la capacidad de brillar
               en  la  oscuridad e  instruyó a  su  hijo en  el  estudio del fenómeno.  Su  nieto,
               que había continuado las investigaciones familiares, terminó descubriendo la
               radiactividad en  un compuesto fosforescente de uranio. Este es  uno de los
               fenómenos de emisión de luz en la oscuridad que, en conjunto, se denominan
               «luminiscencia». Dependiendo de los  factores que lo originen se  habla de
               «fotoluminiscencia», cuando la causa de la emisión de luz es otra luz, aunque
               de longitud de onda distinta; de «quimioluminiscencia», cuando la  causa es
               una reacción química, y  de «bioluminiscencia», cuando la  luz es emitida por
               seres vivos. A su vez, la fotoluminiscencia puede ser «fluorescencia», cuando
               la  emisión de luz es simultánea a la exposición a la  luz que la produce (no es
               exactamente simultánea, pero el  lapso de tiempo entre uno y otro proceso es
               muy corto, del orden de 10 nanosegundos, 0,00000001 = 10 • 10- segundos), o
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               «fosforescencia», cuando es posterior (o, más precisamente, cuando el lapso
               de tiempo entre exposición a la luz y emisión es superior a 10 nanosegundos,
               pudiendo llegar a ser de varias horas). La  causa del retraso en  la  emisión de





                        Se ha especulado sobre los motivos que llevaron al olvido
                    los rayos descubiertos por Becquerel. Quizá al compararlos con los
                    rayos X y comprobar que proporcionaban unas imágenes mucho
                    menos nítidas que estos, resultaron poco atractivos. Por otro lado,
                    no eran tan fáciles de producir, dado que hacía falta tener com-
                    puestos de uranio, lo que, a diferencia de los tubos de vacío y
                    los generadores necesarios para producir rayos X,  no estaba al
                    alcance de todos los laboratorios. Pero lo más decisivo para su
                    abandono fue que el fenómeno excedía la capacidad de compren-
                    sión de los científicos de la época, ya que por más experimentos
                    que hacía Becquerel no era capaz de contestar a las preguntas más
                    elementales sobre su naturaleza. La primera de ellas tenía que ver






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