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John Dalton representa el estereotipo de científico al que no le
gusta salir en las fotos. De origen muy humilde, sometido durante
toda su vida voluntariamente a una estricta observancia religiosa
-tanto que ni siqtµera llegó a casarse, adoptando de buen grado
un completo celibato científico-, trabajador infatigable y hom-
bre de pocos amigos, vivió solo y únicamente para sus investi-
gaciones. Aunque, paradojas de la vida, la sociedad británica de
su época supo de la importancia de sus descubrimientos, y como
tal los valoró, concediéndole todavía en vida - y luego tras su
muerte- un excelso reconocimiento. Algo que no era muy ha-
bitual en 1844, año en el que John Dalton, el padre de la teoría
atómica, falleció en la ciudad británica de Mánchester.
Las crónicas de entonces nos hablan de más de cuarenta mil
personas desfilando ante su féretro y un cortejo fúnebre de más
de tres kilómetros. ¿Cómo es posible que un modesto maestro
de escuela, que había intentado durante toda su vida rechazar
cualquier tipo de honor, medalla o distinción, fuera capaz de con-
gregar en su último adiós tanto afecto y gratitud? No es fácil de
explicar. Dalton no era un noble, ni un poderoso, ni tampoco
un personaje popular en el sentido actual de la palabra. Ni can-
taba ni actuaba. Incluso, si damos crédito a aquellos que lo es-
cucharon en alguna de sus muchas clases o conferencias, su voz
resultaba estridente y desagradable, su tono monocorde y, en
JOHN DALTON EN LA DISTANCIA 15