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de la inducción electromagnética y, sobre todo, pupilo del más
que famoso sir Humphry Davy.
El papel jugado por Davy en el éxito de la difusión de la teo-
ría atómica de Dalton resulta controvertido para algunos autores.
Dado que era en su época hombre de gran predicamento, no cabe
duda de que un rechazo por su parte habría provocado una catás-
trofe en las intenciones del bienintencionado cuáquero Dalton.
El atento lector recordará la gran influencia que tuvieron sobre
John Dalton las clases de química impartidas en Mánchester por
Thomas Garnett, profesor de Filosofía Natural en la Royal Insti-
tution, recién establecida en Londres bajo el mecenazgo de Ben-
jamin Thompson, a quien Davy sucedió como director. Imbuido
del espíritu de esta institución filantrópica, Davy popularizó las
conferencias científicas, primero entre los más acaudalados, y
luego entre los propios trabajadores. John Dalton, desde que tuvo
oportunidad de conocerlo, no escatimó elogios hacia él: «Es un
joven extremadamente inteligente y agradable».
Según esta misma correspondencia, sir Humphry Davy le ha-
bría ayudado a preparar la decisiva conferencia en la Lit & Phil de
1803 en Mánchester, en la que se mostraron los principales resul-
tados de la teoría atómica. La relación entre ambos científicos se
prolongó durante toda su vida y, no en vano, John Dalton dedica-
ría su obra -la segunda parte, y junto a su inseparable William
Henry- al excéntrico Davy.
Entre sus detractores, el principal fue Claude Louis Berthol-
let (1748-1822), para el que las representaciones de Dalton y sus
teorías acerca de las mezclas de gases no eran otra cosa que un
«juego de la imaginación». El científico francés, como veremos en
el capítulo siguiente, elaboró la teoría de las afinidades químicas
-dentro del concepto newtoniano- y fue el mentor y maestro
de Louis-Joseph Gay-Lussac. En el haber de an1bos científicos hay
que anotar que fueron capaces de revelar el principal de los pocos
puntos débiles de la teoría atómica. Por tanto, referirnos a ellos
como adversarios no sería del todo justo, y más cuando el propio
John Dalton tendría ocasión de visitar Francia, departir con sus
principales científicos -entre los que no faltaron ni Berthollet ni
Gay-Lussac-, y ser agasajado con todos los honores.
78 LA TEORÍA ATÓMICA. DE LA GRECIA ANTIGUA A MÁNCHESTER