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EL NATURALISMO Y LA BIBLIA


                      Los teólogos se consideraban legitimados para describir la reali-
                      dad, y para ello empleaban como fuente de conocimiento la Bi-
                      blia, un texto que en la época nadie, ni el propio Galileo, dudaba
                      que contenía la verdad revelada por la divinidad. En la Biblia exis-
                      ten algunos pasajes en los que se da a entender que la Tierra se
                      encuentra inmóvil. Por ejemplo en Josué ( capítulo 10):

                          Entonces habló Josué a los ojos de Israel y dijo:  «Detente, Sol, en
                          Gabaón, y tú, Luna, en el valle de Ayyalón». Y el Sol se detuvo y la
                          Luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. El Sol
                          se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día
                          entero. No hubo día semejante ni antes ni después, en que obedecie-
                          ra Yahveh a la voz de un hombre.

                          En los Salmos también se pueden leer fragmentos en los que
                      se reafirma la concepción geocéntrica, corno cuando se afirma:
                      «Pusiste la Tierra sobre sus bases para que ya nunca se mueva de
                      su lugar» (Sal 104, 5).
                          La Biblia parecía apostar claramente por el geocentrismo, de
                      modo que ofrecía una cosmovisión que encajaba como anillo al
                      dedo con las concepciones de Aristóteles y Ptolomeo. La Iglesia
                      aceptó, tal como habían hecho los astrónomos, que se pudiera
                      trabajar con hipótesis alternativas, pero siempre que se conside-
                      raran como meros instrumentos de cálculo y sin ninguna base
                      real. De este modo se asumía como propia la posición de Osian-
                      der,  el editor de la obra de  Copérnico,  que  en el prólogo -un
                      texto que por otro lado Copérnico no había aprobado-  afirmó
                      que la teoría de Copérnico había que entenderla como hipótesis
                      matemática para ayudar a realizar los cálculos.
                          Este punto de vista lo defendió también el cardenal Belarrnino
                      (1542-1621), que era el presidente del Colegio de Roma y quien en
                      una carta defendió que se pudiera «hablar ex suppositione en vez
                      de absolutamente» sobre el copernicanismo. Es decir, se trataba de
                     una hipótesis que podía ser una excelente herramienta de trabajo,
                     pero que era inaceptable confundirla con la realidad, que necesa-





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