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-posiblemente inintencionada- el papa se la haría pagar con
creces.
Todos los libros fueron requisados y al editor se le prohibió
imprimirlo de nuevo. Fue una sorpresa para Galileo, que se había
sometido a todas las exigencias, revisiones y cambios que las
autoridades le habían exigido para concederle los permisos de
impresión. Cuando amigos de Galileo intercedieron frente al papa,
este les señaló que Galileo lo había engañado.
«Estoy en vuestras manos, haced lo que queráis conmigo.»
- GALILEO ANTE EL TRIBUNAL DE LA SANTA INQUISICIÓN.
La maquinaria inquisitorial se había puesto en funciona-
miento por la publicación de un libro que, en realidad, había supe-
rado todos los trámites y había aceptado publicar. En Florencia,
la Inquisición le comunicó a Galileo que estaba siendo investi-
gado, y a finales de 1632, el papa inquirió a Galileo que se dirigiera
a Roma, viaje que el anciano y enfermo científico, que ya contaba
con la edad de sesenta y ocho años, tuvo que retrasar hasta prin-
cipios de 1633.
En la acusación se señaló que Galileo había incumplido la
orden expresa de 1616 de no hablar del sistema copernicano. Fue
sometido a duros interrogatorios hasta que finalmente se le obligó
a confesar, con la amenaza de que de lo contrario sería torturado.
Galileo finalmente claudicó.
Su confesión sirvió corno prueba suficiente para emitir un
veredicto de culpabilidad. El papa exigía que fuese sometido a un
castigo ejemplar, para impedir que otros siguieran su ejemplo,
consistente en la prisión a perpetuidad. No se conformó con el
veredicto, sino que además se tenía que hacer público. El 22 de
junio, en el convento de Santa Maria sopra Minerva, se le leyó la
sentencia, en la que se le declaraba «gravemente sospechoso de
herejía», y Galileo leyó una abjuración dictada por el papa. Se dio
una gran publicidad a la sentencia para hacer más humillante la
derrota de Galileo. Todas sus obras fueron inscritas en el Índice
de libros prohibidos. Después de la humillación, el papa decidió
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