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nes había mantenido Galileo junto a su amigo décadas atrás. El
                    Diálogo  es,  entre otras cosas,  un inmenso homenaje a sus dos
                    amigos ya muertos.
                        Con esta obra, Galileo pretendió examinar todas las razones
                    existentes que servían para apoyar estos dos sistemas del mundo.
                    Se trataba de poner en una balanza hechos y argumentaciones,
                    dejando fuera oscuros razonamientos y apelaciones a la autori-
                    dad. En el diálogo hay siempre un claro vencedor, Salviati, que
                    supera siempre dialécticamente y con argumentos más firmes al
                    representante aristotélico. Sin embargo, Galileo quiso guardar las
                    apariencias desde el inicio afirmando explícitamente que ha te-
                    nido en cuenta la teoría copernicana «considerándola como pura
                    hipótesis matemática». En el título completo además se añade lo
                    siguiente:  «Donde en las conversaciones de  cuatro jornadas se
                    discurre sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y
                    copernicano proponiendo de modo neutral las razones filosóficas
                    y naturales tanto de una como de otra parte». A pesar del título, a
                    cualquier lector le podía quedar meridianamente clara la superio-
                    ridad del heliocentrismo, mientras que la posición geocéntrica
                    defendida por Simplicio quedaba constantemente puesta en evi-
                    dencia y ridiculizada.



                    FRENTE A  LA INQUISICIÓN

                    Cuando la obra llegó a Roma, provocó una gran polémica y es-
                    cándalo.  Enemigos  acérrimos  de  Galileo,  como  Scheiner  o
                   · Grassi, proclamaron su indignación contra el libro y su autor. Al
                    cabo de tantos años y polémicas, los enemigos de Galileo encon-
                    traron la ocasión propicia para atacarlo. Incluso el papa Urbano
                    VIII  pasó a alinearse en las filas  de los adversarios de Galileo
                    cuando se dio cuenta de que el argumento que le había exigido
                    que introdujera en la conclusión del libro para aceptar su publi-
                    cación lo  había puesto en boca de Simplicio.  Era fácil  que  el
                    papa se acabara convenciendo de que la figura de Simplicio en
                    realidad se inspiraba en su propia persona.  Para Urbano VIII,
                    Galileo había hecho mofa de él y lo había satirizado, y esa ofensa





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