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según vimos en el capítulo 2- témúnos exponenciales que pudie-
sen crecer indefinidamente desestabilizando a largo plazo el sis-
tema. Ni Saturno abandonaría el sistema solar, ni la Luna se
precipitaría contra la Tierra. La obra más célebre de Laplace co-
ronaba el trabajo de Newton en mecánica, explicando las anoma-
lías orbitales que tanto preocuparon al inglés como meras
perturbaciones que solo dependían de la ley de gravitación y ten-
dían a compensarse en el transcurso del tiempo.
Laplace explicaba la estabilidad del sistema del mundo sin
recurrir a Dios. Ahora bien, para demostrarlo hacía que todos los
planetas girasen en órbitas casi circulares, en el mismo sentido y
en el núsmo plano. En el capítúlo 2 del Libro IV de la Exposición
del sistema del mundo podemos leer:
He logrado demostrar que sean cuales sean las masas de los planetas,
por el mero hecho de moverse todas en el mismo sentido y en órbi-
tas poco excéntricas y poco inclinadas entre sí, sus desigualdades
seculares son periódicas y están contenidas en unos estrechos lími-
tes, de suerte que el sistema planetario no hace sino oscilar alrededor
de un estado medio del que no se aparta nunca sino en una pequeña
cantidad.
Quedaba, por tanto, un fleco pendiente. Explicar por qué los
planetas se mueven todos en el mismo sentido y en órbitas copla-
narias casi circulares. Newton, por descontado, apelaba al Crea-
dor. En ediciones posteriores de los Principia, introdujo un
escolio final en el que dejó constancia de este singular fenómeno:
Todos esos movimientos tan regulares no tienen causas mecánicas,
puesto que los cometas se mueven en todas las partes del cielo y en
órbitas muy excéntricas [ ... ]. Esa admirable disposición del Sol, los
planetas y los cometas no puede ser sino obra de un Ser inteligente
y omnipotente.
Y en la Óptica reprodujo la misma idea siendo aún más ex-
preso, tras haberse convencido de que la disposición de los plane-
tas era precisamente aquella que aseguraba su estabilidad: «El
EL ORIGEN DEL SISTEMA DEL MUNDO 119