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terminó arraigando. Entre 1799 y 1825 aparecieron los cinco volú-
                    menes de su Tratado de mecánica celeste, donde presentaba so-
                    luciones analíticas de todos los problemas planteados sobre el
                    sistema del mundo. Los dos primeros, cerca de 1 500 páginas, apa-
                    recieron en septiembre de  1799.  Los dos siguientes lo hicieron,
                    respectivamente, en 1802 y 1805.  Y,  finalmente, veinte años des-
                    pués, en 1825, lo hizo un quinto y definitivo volumen, del que nos
                    ocuparemos en el capítulo 6,  puesto que su contenido no perte-
                    nece tanto al campo de la mecánica celeste propiamente dicha,
                    sino al de la física matemática terrestre que propugnó Laplace en
                    sus últimos años de influencia.
                        Esta obra monumental incorpora descubrimientos y resulta-
                    dos de Newton, Clairaut, D'Alembert, Euler, Lagrange y, por des-
                    contado, el propio Laplace, aunque este descuidó frecuentemente
                    reconocer la fuente de muchos de ellos, dejando la impresión de
                    que todos eran suyos. La Mecánica es un tratado matemático para
                    especialistas.  Sin  embargo,  a  diferencia  de  los  Principia  de
                    Newton, no está organizado a la manera de la geometría euclídea,
                    sino del moderno análisis, en el que Laplace se había educado. Se
                    trataba de sintetizar todos los resultados alcanzados durante el
                    siglo XVIII de una forma sistemática y racional: se plantea la ecua-
                    ción diferencial que describe el problema y,  a continuación, se
                    resuelve, ofreciendo la solución, generalmente en forn1a de serie
                    de potencias. Ahora bien, muchas veces Laplace se salta pasos de
                    las demostraciones, como si una vez convencido de la veracidad
                    de un resultado,  no le importara demasiado ofrecer con rigor
                    todas las pruebas de ello.
                        Un doble objetivo animaba a Laplace a escribir este sesudo
                    tratado. El interés por la mecánica celeste tenía en la época unas
                    raíces socioeconómicas muy claras: el cálculo cada vez más pre-
                    ciso de las «efemérides», esto es, de las tablas con las posiciones
                    de los planetas, muy útiles para determinar la posición de los bar-
                    cos cuando la tierra firme estaba fuera de la vista. Por otro lado,
                    se buscaba averiguar si todos los fenómenos celestes podían ex-
                    plicarse mediante la ley de gravitación y deducirse de ella. Una
                    letanía acompaña cada página del tratado: el principio de gravita-
                    ción es la ley de la naturaleza que gobierna el sistema solar.






        114         EL ORIGEN  DEL SISTEMA DEL MUNDO
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