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la bóveda celeste hay un puñado de astros que cada noche se
mueven con respecto al fondo de estrellas fijas y cuyo movi-
miento está siempre comprendido en una franja estrecha de la
esfera celeste denominada zodiaco. Son los planetas ( etimoló-
gicamente: los astros errantes o vagabundos). A los visibles a
simple vista (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), se unía
. uno nuevo descubierto recientemente con ayuda del telescopio
(Urano). Y a la lista de los planetas telescópicos, solo visibles con
lentes potentes, se unirían a principios del XL'< los planetoides o
asteroides.
Laplace se remonta desde los movimientos aparentes de los
planetas a sus movimientos reales. Y subraya que únicamente
gracias a la teoría del sistema del mundo ha logrado el espíritu
humano ascender esta empinada escalera, elevarse a través de
las ilusiones de los sentidos, pasando del geocentrismo al helio-
centrismo. A continuación, repasa algunos sucesos celestes ex-
traordinarios, como la aparición de cometas, que se mueven en
todos los sentidos, sin adoptar el plano ni la dirección común en que
lo hacen todos los planetas. También se interesa por las estrellas,
apuntando que esa luz blanca de figura irregular que rodea el
cielo en forma de cinturón es la Vía Láctea, es decir, una nebulosa
o enjambre de estrellas. En resumen, Laplace hace recuento de
todos los objetos celestes, desde los más pequeños a los más
grandes.
Tras presentar la ley de gravitación universal, advierte: «Ve-
remos que esta gran ley de la naturaleza representa todos los fe-
nómenos celestes hasta en los menores detalles». Pero remite al
lector a su Tratado de mecánica celeste para los detalles matemá-
ticos, recalcando que lo que va a exponer lo hace sin recurrir al
análisis. Los planetas no solo responden a la permanente atrac-
ción del Sol, sino también a la de sus vecinos. La competitiva
atracción de esos compañeros celestes añade una serie incons-
tante de pequeñas oscilaciones a un movimiento básico dominado
por el Sol. A lo que parece una sinfonía perfecta se suman, pues,
una serie de disonancias desafinantes. Pero que, como Laplace se
ha encargado de demostrar (según se vio en el capítulo 2), no
hacen peligrar la estabilidad del sistema del mundo.
EL ORIGEN DEL SISTEMA DEL MUNDO 109