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suceso en una ecuación y encontraréis qué hay que sumar para
                   , que salga cero»,
                        La  monarquía borbónica recién restaurada estableció una
                    carta otorgada o constitución que confirmaba bastantes de los lo-
                    gros del código civil napoleónico, de espíritu muy liberal. Pero en
                    febrero de 1815 Napoleón escapó de Elba y reconquistó el poder,
                    dando inicio al Imperio de los Cien Días.  Con la vuelta de Napo-
                    león, Laplace corrió a alejarse de París. Monge y Carnot, en cam-
                    bio,  se apresuraron a  ponerse de nuevo  bajo  sus órdenes.  El
                    segundo, por no variar, tomó la cartera de Guerra. Fourier, por su
                    parte, permaneció distante al principio, aunque terminó sumán-
                    dose a la aventura. Pero Napoleón fue derrotado por Wellington
                    en la batalla de Waterloo y desterrado definitivamente a la isla de
                    Santa Elena.
                        El regreso de Luis XVIII  en julio de 1815 desató un «terror
                    blanco» que se manifestó en la purga de científicos bonapartistas.
                    Monge, por ejemplo, fue expulsado tanto de la Escuela Politécnica
                    como de la Real Academia de Ciencias ( que sustituía al Instituto
                    de Francia). Tras la depuración, el sillón de Monge lo ocuparía
                    ese fanático realista que fue Augustin Louis Cauchy (1789-1857),
                    padre del análisis moderno, que medró a su costa. Algunos cole-
                    gas le retirarían el saludo.
                        En lo que respecta a Laplace, este vería generosamente re-
                    compensada su fidelidad, siendo nombrado par de Francia, es
                    decir, miembro del nuevo Senado borbónico, la Cámara de los
                    Pares. Además, sería nombrado marqués en 1817. No es de ex-
                    trañar, por tanto, que en la edición de 1820 de la Teoría analí-
                    tica de las probabilidades no se encontrara rastro de la servil
                    dedicatoria a Napoleón. Ni que en 1826 se negara a firmar una
                    declaración de la Academia en pro de la libertad de prensa. El
                    camaleónico Laplace demostró gran versatilidad para pasar del
                    ardor republicano  al  monarquismo servil.  A la acusación de
                    oportunista o chaquetero descarado hubiera podido responder:
                    «No  es  eso,  porque,  si bien cambié  de  lealtad,  me  mantuve
                    firme a mi principio, que es el de vivir y morir como mandamás
                    de la ciencia francesa». En el fondo fue,  como suele decirse,
                    pragmático.






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