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FOURIER, UN MATEMÁTICO ACALORADO
               Jean-Baptiste  Joseph  Fourier  (1768-
               1830),  hijo  de  un  modesto  sastre,  no
                pudo ingresar en el cuerpo de ingenieros
                del rey por no pertenecer a la  nobleza.
                Pronto sobresalió como profesor de Ma-
                tem áticas,  pero  tamb ién  de Fi losofía,
                Historia o  Retórica.  Seleccionado como
               alumno de la Escuela Normal en el año 111
               de la  Revolución, Monge percibió rápida-
                mente sus  cualidades  y  lo  nombró su
               asistente en la Escuela Politécnica. Exce-
                lente físico  matemático, fue  amigo de
                Napoleón y, al igual que Monge, lo acom-
                pañó  en  su  expedición  a  Egipto.  A  su
               regreso se convirtió en prefecto de Gre-
               noble, mandando drenar las marismas a
               fin de extirpar el paludismo. Fourier man-
               ten ía la curiosa  opinión de que el  calor
               del desierto era el  ambiente ideal para una vida sana y,  de acuerdo con ello,
               se  envolvía en ropas como una  momia y  vivía en  habitaciones demasiado
               calientes. Murió a los sesenta y dos años, en 1830.






                     fluido repartido por toda la naturaleza, como mantenía Laplace, o
                     como resultado del movimiento  de  las partículas de materia).
                     Cuando en 1807 Fourier presentó su memoria en el Instituto, La-
                     grange, que junto a Laplace y Legendre había sido designado para
                     juzgarla, la tachó de imprecisa y fue rechazada. Afortunadamente,
                     Fourier no se desanimó y  en 1811  presentó otra memoria más
                     elaborada para optar a un premio propuesto por el Instituto que
                     sería asignado al año siguiente, en 1812. Durante el transcurso de
                     la lectura de la memoria, donde Fourier anticipaba su gran idea de
                     las series tligonométricas, Lagrange, que de nuevo formaba parte
                     del jurado, se levantó al instante gritando: «¡eso es imposible, eso
                     es imposible!». Aunque Fourier fue premiado, debido a sus resul-
                     tados físicos, su trabajo no fue publicado debido a sus «errores






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