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una ley de estructura similar a la ley de gravitación de Newton.
                     No en vano, el conocimiento de la ley de Coulomb sobre la fuerza
                     eléctrica reforzó su fe  en una ley según el inverso del cuadrado
                     de la distancia. Se trataba, por tanto, de continuar el programa
                     newtoniano por otros medios. De estudiar la luz, el calor, la elec-
                     tricidad, el magnetismo y la afinidad química siguiendo la espe-
                     culación microfísica del propio Newton en la «cuestión 31» de la
                     Óptica.
                         Esta ambición de explicar todo mediante fuerzas atractivas y
                     repulsivas es lo que los historiadores de la ciencia han designado
                     con el nombre de programa mecánico-molecular de la física la-
                    placiana. Este programa conducía a una visión del mundo cohe-
                     rente y  armoniosa,  donde las leyes  de  la física establecidas a
                     nuestra escala de percepción se transferían a los últimos consti-
                     tuyentes de la materia guardando una notable semejanza matemá-
                     tica.  Todos los fenómenos físicos eran reductibles a materia y
                     fuerza, a corpúsculos en movimiento. Este reduccionismo meca-
                     nicista era indisociable de la formulación laplaciana del determi-
                     nismo que vimos en el capítulo anterior.
                         Entre 1805 y 1820  el  programa laplaciano dominó la física
                     francesa gracias al poder que Laplace ostentaba en sus institucio-
                     nes.  Entre los que se hicieron asiduos a la Sociedad de Arcueil,
                     destacan  Gay-Lussac  (1778-1850),  Ampere  (1775-1836),  Malus
                     (1775-1812), Biot y,  sobre todo,  Poisson,  el discípulo  más fiel.
                     También Cauchy y Arago (1786-1853), aunque este último se dis-
                     tanció precipitadamente por rencillas con Poisson a la hora de
                     ingresar en el Instituto. E, incluso, el viajero y naturalista Alexan-
                     der van Humboldt (1769-1859).
                         La física laplaciana se anotó unos cuantos éxitos.  Sin em-
                     bargo, aunque tuvo una influencia decisiva sobre la física matemá-
                    tica  francesa  del  siglo  xrx,  esta  escuela  goza  hoy  de  mala
                     reputación.  En efecto,  Laplace y los laplacianos se opusieron
                    tanto a la teoría del calor de Fourier como a la teoría de la luz de
                     Fresnel (1788-1827).  Fueron a contracorriente de ciertas etapas
                    que han marcado la evolución de la física.
                        Fourier, por ejemplo, elaboró su teoría sobre la difusión del
                    calor al margen de los planteamientos laplacianos. Durante años






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