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yeron en Asamblea Nacional. Los diputados juraron en la sala del
                    juego de pelota del palacio de Versalles no disolverse hasta haber
                    votado una constitución. El astrónomo Jean Sylvain Bailly (1736-
                    1793), amigo personal de Laplace, leyó el juramento en medio de
                    un entusiasmo indescriptible; y,  ante las escandalosas conmina-
                    ciones por parte de los monárquicos, respondió con unas célebres
                    palabras: «La Nación reunida no recibe órdenes».
                        Era el aldabonazo de la Revolución francesa, un periodo his-
                    tórico que sentó las bases del Estado moderno y dio el impulso
                    definitivo a la ciencia moderna. Una oleada de cambios institucio-
                    nales recorreria el país. Los súbditos de la corona pasarian a ser
                    ciudadanos. Francia dejaría de ser una monarquía para conver-
                    tirse en una república. Y la sociedad estamental dejaria de existir
                    para transformarse en una sociedad burguesa. Desde el primer
                    momento, los científicos tomarian parte entusiasta en el proceso
                    revolucionario, a la vez que lo sufririan. No todos pertenecían a
                    los mismos grupos, sino que había un amplio espectro, desde mo-
                    derados como Condorcet y Lavoisier hasta radicales como Carnot
                    y Monge, pasando por escépticos como Lagrange y Legendre, y
                    por  oportunistas  como  Laplace.  Durante  la  Revolución,  los
                    savants de la Academia dejarian de servir al reino para comenzar
                    a hacerlo al Estado y la nación. Su trabajo seria nacionalizado.
                        El 14 de julio de 1789 el pueblo se puso en marcha. Ante el
                    miedo a una vuelta atrás, la muchedumbre parisina tomó la forta-
                    leza de la Bastilla y se hizo con las armas y la pólvora apilada allí
                    por los soldados reales.  «¿Es una rebelión?», preguntó el rey al
                    enterarse de la noticia. «No,  es una revolución», le respondieron.
                    Al día siguiente, Bailly fue elegido primer alcalde de Paris y, pocos
                    días después,  entregó una escarapela tricolor -símbolo de los
                    nuevos tiempos- al monarca. El 26 de agosto la Asamblea Cons-
                    tituyente proclamó la Declaración de  los  derechos  del hombre y
                    del ciudadano. El Antiguo Régimen había muerto. Libertad, igual-
                    dad y soberanía nacional son las palabras que resumen el año 1789.
                        Pero el can1ino hasta la Constitución de 1791 seria largo. A la
                    moda de los tres colores, presente en faldas y sombreros, se sumó
                    la impaciencia popular, que cuajó en gestos sangrientos que ter-
                    minaron con alguna que otra cabeza pendiendo de una pica.  La






        74          LIBERTAD, IGUALDAD Y MATEMÁTICAS
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