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causa de la Segunda Guerra Mundial, Huxley se desesperó al no
                     encontrar un corrector de su gusto, a pesar de que les ofreciera un
                     buen precio por su labor. Ella echaba de menos esa labor durante
                     la guerra, por lo que corregía voluntariamente los infom1es de los
                     subordinados de su marido, opinando que, si bien en la exactitud
                     de las fórmulas matemáticas no podía meterse, el texto era ho-
                     rrible en cuanto a elegancia y buen gusto. El caso es que lo que
                     corregía eran informes secretos, pero nadie veía inconveniente,
                     pues bien se sabía que ella no entendía bien el contenido de los
                     informes. Si el mayor Hubble lo veía bien, todos lo aceptaban.
                         En cierta conversación sobre qué era el amor, Grace dijo una
                     hermosa frase:  «Amor es intentar quitar la piel de plátano en el
                     pavimento de la vida de otro».  Edwin relataba situaciones que
                     solo la crédula Grace podria aceptar como verosímiles. Además
                     de las exageradas peripecias en el campo de batalla en Francia,
                     durante la Primera Guerra Mundial, o su habilidad como abogado
                     a su regreso, le contaba otras más inocentes, probablemente en
                     broma, no dando crédito a la ingenuidad de Grace.
                         En 1942, se capturó un barco alemán y se le llevó al Proving
                     Grounds,  donde Hubble era el jefe de Balística Exterior.  Este
                     le dijo  a  Grace que en el barco se habían encontrado órdenes
                     del mismísimo Hitler, mandando destruir el Proving Grounds y
                     ¡también al doctor Hubble! Y Grace lo anotó en su diario como
                     verídico.
                         Pero lo más destacable de Grace fue su abnegada admiración
                     por Edwin, su disposición inconmovible para ayudarle en todo
                     momento, su amor sin fisuras, su orgullo de que él enamorara a las
                     jovencitas. En la «casa encantada» escribía en su diario:

                         Tener a E. para responder a todas las cuestiones, o estar silenciosos
                         con una completa sensación de camaradería. Mientras hago las la-
                         bores de la casa, pienso en lo mucho que depende la estructura de
                         la vida de una persona de las pocas personas que han compartido
                         con ella experiencias y pensamientos. E. y yo, tras estos años juntos,
                         recordamos cosas y les darnos vida y color. Una palabra, dicha por
                         alguno de los dos, hace que nos miremos y pensemos lo mismo. Sin
                         esto, uno se hace sordo, mudo, ciego, amputado.






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