Page 159 - 11 Gauss
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pecto al tema de la dedicación de las mujeres a la ciencia es muy
notable para cualquier hombre de su generación y educación.
Se sabe poco de los últimos años de su vida, en los que de-
dicó parte de su tiempo a leer, y no solo literatura científica y
periódicos, como ya hemos señalado. En junio de 1854, Gauss se
hizo un chequeo médico completo. El diagnóstico fue poco favo-
rable, pues le encontraron una dilatación del corazón, con pocas
esperanzas de vida. Su último acto académico, en junio de 1854,
fue ejercer como presidente del tribunal en la prueba para la ha-
bilitación de Riemann como profesor de matemáticas. A petición
del presidente del tribunal, Riemann leyó su famosa exposición
Sobre las hipótesis en que se fundamenta la geometría, que sin
duda impactó al anciano Gauss por lo que suponía de reconoci-
miento de las geometrías no euclídeas en las que había sido pio-
nero. A principios de agosto su salud volvió a deteriorarse otra
vez. En diciembre parecía que su última hora había llegado. De
cualquier manera, el corazón del anciano Gauss, aquejado de hi-
dropesía, estaba dando sus últimos latidos. Y dejó de latir de for-
ma irremediable en la madrugada del 23 de febrero de 1855, mien-
tras dormía plácidamente. Tenía 77 años, 10 meses y 22 días y
dejaba tras de sí la obra matemática más grandiosa de la historia.
No en vano el mismísimo rey Jorge V de Hannover acuñó una
moneda en su honor en la cual le otorgó el calificativo de Mathe-
maticorum Princeps, «Príncipe de los matemáticos».
Gauss fue un matemático muy reconocido en su tiempo. Gozó
de una gran popularidad desde muy joven, y alcanzó fama a nivel
internacional antes de cumplir los veinticinco años por su descu-
brimiento del método de mínimos cuadrados y su aplicación al
cálculo de la órbita de Ceres. A pesar de ello, y como dejó recogido
Sartorius en su memoria:
Gauss fue sencillo y sin afectación desde su juventud hasta el día de
su muerte. Un pequeño estudio, una mesita de trabajo con un tapete
verde, un pupitre pintado de blanco, un estrecho sofá, y, después de
cumplir los setenta años, un sillón, una lámpara con pantalla, una
alcoba fresca, alimentos sencillos, una bata y un gorro de terciopelo
eran todas sus necesidades.
EL LEGADO DEL «PRÍNCIPE DE LOS MATEMÁTICOS» 159