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rniante, ordenando que se le otorgara a Alban Francis, a la sazón
mortje benedictino, el título de Master of Arts, sin necesidad de
exámenes y, sobre todo, eximiéndolo de tener que hacer ningún
juramento de fidelidad religiosa La intención del padre Francis era
establecerse en Cambridge tras el nombramiento y participar en los
asuntos universitarios en la calidad y con los privilegios que su tí-
tulo le otorgaba Era de prever que tras él desembarcarian más mon-
jes católicos en la universidad. Esta recogió el guante que le lanzaba
el rey y se preparó para la defensa de sus privilegios. Lo primero que
hizo fue negar el título al fraile. Entre los ocho defensores universi-
tarios que debían enfrentar el órdago real se eligió a Newton.
Newton vivía unos momentos dulces tras haber entrado en
imprenta la última remesa de los Principia. La legación uni-
versitaria se enfrentaba por entonces a la Comisión Eclesiástica.
En una de las sesiones, el vicecanciller de Cambridge, John
Peachell, fue encontrado culpable de un acto de gran desobedien-
cia, despojado de sus dignidades y cargos y privado de los sala-
rios correspondientes. Después del correctivo que le fue apli-
cado, la amenaza del castigo caía sobre los otros siete miembros
«iESA PUERTA!»
Cuenta el anecdotario newtoniano que Newton solo intervino una vez en el
Parlamento inglés, y fue para pedirle a un ujier que cerrara una puerta (según
otros, una ventana) que creaba una corriente de aire; pero los informes de la
institución que han sobrevivido, donde no consta ninguna participación suya
en los debates, parecen elevar la anécdota de la discreción parlamentaria de
Newton a categoría. Así pues, la elocuencia parlamentaria de Newton no fue
de las que hacen época. Claro que Newton bien pudiera tener más de una
razón para permanecer callado, pues por esos años se discutieron en el Par-
lamento una serie de leyes sobre disidencia relig iosa, leyes que permitían
amplia libertad de culto, pero con dos excepciones: los católicos, quienes, _tras
los devaneos papistas del rey Jacobo 11, eran considerados una amenaza para
la soberanía del Estado, y también «cualquier persona que niegue, oralmente
o por escrito, la doctrina de la Santa Trinidad». Para el arriano Newton, no
debieron de ser plato de buen gusto aquellos debates.
DESCIFRANDO LA LUZ Y LOS COLORES 139