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de la delegación,  entre los cuales estaba Newton.  A pesar de
                     todo, enfrentaron bien la reunión decisiva. Iban provistos de un
                     escrito donde refutaban cada una de las insidias vertidas contra
                     los derechos de su universidad y también cada uno de los cargos
                     de los que Peachell había sido acusado. Exigían, pues, que fuera
                     respetada la decisión de Cambridge y solicitaban, además, que
                     Peachell fuese repuesto en todas sus atribuciones. Todo apunta
                     a que el principal artífice de aquel manifiesto fue Newton.
                         Los representantes universitarios fueron acusados de  con-
                     ducta perniciosa y obstinada, aunque la Comisión Eclesiástica la
                     atribuyó a la obediencia que debían a sus autoridades, y por eso no
                     los penalizó. A pesar de la reprimenda, la universidad había logrado
                     vencer en su pulso contra el poder real: el benedictino Francis
                     nunca recibiría el grado de Master of Arts. Más aún, Jacobo II cam-
                     bió,  poco después, su actitud hacia las universidades.  Le  había
                     visto las orejas al  lobo anglicano.  Demasiado tarde,  dieciocho
                     meses después estalló la Revolución Gloriosa, y el último rey cató-
                     lico de Inglaterra marchó al exilio. Su lugar lo ocupó la princesa
                     María, la ruja protestante del rey, y su aún más protestante esposo
                     Guillermo III de Orange, estatúder de los Países Bajos desde 1672.
                         La intervención de Newton en este episodio le valió ser ele-
                     gido posteriormente representante de Cambridge en el Parlamento
                     inglés, cargo que revalidó después, aunque no así en las elecciones
                     de 1701 y 1705, en las que no salió elegido.
                         La aventura parlamentaria le permitió explorar y entrar en
                     contacto con los mentideros de la capital inglesa;  se sabe que
                     cenó con Guillermo de Orange en enero de 1689, y que pasó casi
                     todo 1690 en Londres: una nítida declaración sobre sus intencio-
                     nes de buscar horizontes más amplios que los universitarios.
                         Luego vino la crisis mental, y tras ella el convencimiento de
                     que la universidad había pasado de convento a cárcel; no olvide-
                     mos que en aquella época, la pasión intelectual de Newton por la
                     investigación científica era la excepción y no la norma.












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