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mientos sociales por los que pasaron sabios, políticos, poetas,
       científicos y filósofos de medio mundo, no se sabía si deseando
       conocer al genio inglés o, más bien, compartir unas risas con su
       deslumbrante sobrina.
           Cuando Newton llegó como director a la Casa de la Moneda,
       ubicada en la Torre de Londres, la institución se encontraba en
       un gigantesco proceso de reacuñación,  una de las medidas de
       Montagu para controlar un déficit público disparado por la guerra
       con Francia; desde primeros de 1696 hasta mediados de 1698 se
       acuñaron el doble de monedas que en los treinta años anteriores.
       A pesar de que tanto el puesto de intendente como el de director
       de la Casa de la Moneda se consideraban sinecuras, Newton se
       implicó con toda su capacidad de trabajo en el cargo,  hasta el
       punto de que Montagu reconoció luego que no habría podido lle-
       var adelante la empresa sin la dedicación de Newton.  El rendi-
       miento económico del trabajo de Newton fue a parar, sin embargo,
       a manos del intendente, que además de su sueldo cobraba un por-
       centaje de la moneda acuñada:  22 000 libras se embolsó por un
       trabajo que, en realidad, hizo Newton ( el sueldo del intendente era
       de 500 libras anuales, y el del director, de 400).






            MÁS CARNE QUE VERDURA
            A pesar de sus cuantiosos ingresos, los hagiógrafos de Newton nos lo pintan
            viviendo en Londres sin ostentación ni vanidad, y  haciendo una dieta mode-
            rada, cuando no espartana, e incluso vegetariana. Todo lo cual cuadra mal con
            los documentos disponibles: Newton tuvo carruaje propio y hasta seis criados,
            y se conservan facturas que dejan entrever banquetes casi pantagruélicos; en
            una se menciona un ganso, dos pavos, dos conejos y una gallina, todo en la
            misma semana. «Tras su  muerte -escribió Westfall-, su testamentaría saldó
            una deuda de 10 libras, 16 chelines y 4  peniques con un carnicero y dos más,
            por un total de 2 libras 8 chelines y 9 peniques, con un pollero y un pescadero.
            Como contraste, debía al frutero únicamente 19 chelines, y al tendero, 2 libras,
            8 chelines y 5 peniques. Una factura de 7 libras y 10 chelines más o menos por
            quince barriles de cerveza vuelve a sugerir una templanza algo menos que
            heroica.»








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