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nado por el movimiento planetario y otros asuntos científicos, y
los tres eran miembros, precisamente por ello, de la Royal Society
de Londres. Con el resto de integrantes de esta academia partici-
paban en reuniones semanales, hacían experimentos y discutían
sobre ciencia. El propio Hooke fue, además de secretario, el pri-
mer director de experimentos de la institución.
En 1684, en el momento de la discusión con Halley y Wren,
Robert Hooke (1635-1703) era uno de los líderes de la ciencia in-
glesa. Había hecho contribuciones importantes en varios campos.
Por ejemplo, en mecánica, donde la ley de elasticidad que hoy
lleva su nombre se sigue usando, pero además en tecnología o
ingeniería. También fueron importantes sus contribuciones en óp-
tica y en el diseño y mejora de microscopios y telescopios; ahí
está su célebre Micrographia, publicada en 1665 al amparo de la
Royal Society, donde se describen sus observaciones con esos
instrumentos. A Hooke se debe precisamente el nombre de célula
para la unidad mínima de vida. Tampoco se puede menospreciar
su labor como arquitecto: como tal fue, posiblemente, quien más
implicado estuvo en la reconstrucción de Londres tras el gran in-
cendio de 1666, excepción hecha del propio Wren, con quien, por
otro lado, le unía una gran amistad.
El segundo tertuliano, Christopher Wren (1632-1723), era por
aquel entonces toda una celebridad. Ex presidente de la Royal
Society, ex catedrático saviliano de astronomía en Oxford, nom-
brado sir en 1673, que pronto entraría en el Parlamento inglés,
uno de los cuatro fundadores de la Gran Logia masónica de Ingla-
terra, y matemático también -fue el primero en calcular la longi-
tud de la curva de moda en la época: la cicloide- . Ha pasado a la
historia como el arquitecto de la catedral de San Pablo y de tantos
otros edificios construidos o reconstruidos en Londres tras el gran
incendio de 1666.
Edmund Halley era el más joven de los tres tertulianos. Nacido
en 1656, fue elegido miembro de la Royal Society en 1678, poco des-
pués de su regreso de la isla de Santa Elena, donde había erigido un
obseivatorio para estudiar el cielo del hemisferio sur. Este no fue su
único viaje transatlántico: de 1698 a 1699 capitaneó el Paramour,
un barco de la Marina Real, y llevó a cabo obseivaciones del campo
18 lPOR QUÉ SE MUEVEN LOS PLANETAS?