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El 6 de diciembre de 1938,  Enrico, Laura,  sus hijos y su criada
       abandonaban Roma en tren.  N ella tenía entonces siete años y
       Giulio no llegaba a los tres.  El viaje a Suecia fue relativamente
       tranquilo, salvo la tensión del momento de la revisión de los pa-
       saportes en la frontera alemana. Por fortuna,  Fernú se había an-
       ticipado a las dificultades antes de iniciar el trayecto: sabía que
       la clave para evitar un problema es facilitar su resolución desde
       el principio. Una vez decididos a emigrar de Italia, prepararon su
       marcha al dedillo. Ante todo, era imprescindible guardar las apa-
       riencias:  cara a la galería iban a recoger el Nobel para regresar
       a Italia triunfantes, orgullosos, como símbolo del fascismo.  No
       obstante, el fascismo más radical no lo veía así: Hitler prohibió en
       1935 aceptar ningún premio de la Academia sueca tras la conce-
       sión del premio Nobel de la Paz a Carl von Ossietzky, librepensa-
       dor pacifista encarcelado por el nazismo. Luego eran muchos los
       que compartían la opinión, en el entorno de Mussolini, de que no
       se debía aceptar el Nobel. Afortunadamente para Fermi, Mussolini
       aún no había llegado a tal extremo y de hecho prefería mantener
       algunos rasgos diferenciales con Hitler.
           Para empezar, aunque él jamás había utilizado su influencia
       para provecho propio, Fermi movió los hilos necesarios para que
       Laura tuviera un pasaporte «limpio», en el que no se hiciese cons-
       tar, como ya era obligatorio, que era judía. Gracias a su posición,






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