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de cerrar las puertas de Italia a la familia Fermi: Enrico no realizó
                     el saludo romano al recibir el Nobel, como ansiaba Mussolini, y
                     además estrechó con firmeza la mano del rey Gustavo V de Sue-
                     cia. La prensa fascista italiana se hizo eco del desagravio, aunque
                     intentó minimizarlo en el entorno diplomático del Eje para no
                     parecer blanda ante Alemania.
                         En su discurso de aceptación, Fermi se centró en sus trabajos
                     de radiactividad y en los neutrones lentos, aunque hizo mención
                     al ausonium y al hesperium, los hipotéticos nuevos elementos
                     transuránicos descubiertos.  Meses  después debió rectificar su
                     discurso ante el descubrimiento de la fisión.  En Europa, todo se
                     precipitaba, Europa se fisionaba.




                     LA LLEGADA A  NORTEAMÉRICA

                     Rumbo a Norteamérica, Fermi y su familia salieron de Estocolmo
                     camino a Copenhague, donde Fermi se encontró con Bohr. Allí, por
                     una vez, la inminencia de la guerra desplazó a la física en sus con-
                     versaciones. Fermi agradeció a Bohr su intercesión en la concesión
                     del Nobel, y Bohr le explicó que pronto le seguiría a Estados Uni-
                     dos, donde al menos unos meses iria a Princeton junto a Einstein,
                     dada la delicada situación de Dinamarca, que iba a ser ocupada.
                         El 24 de diciembre de 1938, en Nochebuena, la familia Fermi
                     embarcó en Southampton, rumbo a Nueva York, a bordo del Fran-
                     conia.  Como un anticipo de lo que les esperaba, aquella noche
                     un desconocido Santa Claus entregó unos regalos de Navidad a
                     los pequeños Giulio y Nella. Ellos sabían quiénes eran los Reyes
                     Magos, pero no Santa Claus. Todo estaba cambiando en sus vidas.
                         La mañana del 2 de enero de 1939, tras muchos días de calma
                     en la travesía,  divisaron el skyline de  Nueva York y la estatua
                     de la Libertad acogió a la familia Fermi. Con una sonrisa en los
                     labios, Fermi afirmó al otear al fin  Norteamérica:  «Fundaremos
                    la rama americana de la familia Fermi».  En Nueva York les es-
                    peraban George Pegram, director del departamento de Física de
                     Columbia, y Gabriello Giannini, un amigo italoan1ericano que se






         92         EL PROYECTO MANHATTAN
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