Page 10 - Edición final para libro digital
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arrojarse en manos de la fortuna para lograr culminar aquellos pocos
              metros que le separaban del deteriorado, pero aún activo, edificio
              comercial, donde todavía se podían encontrar, entre los puestos casi
              vacíos, algunos artículos de primera necesidad.
                 Al contrario que en las demás zonas de la otrora bulliciosa y tran-
              sitada ciudad, donde los alimentos y los productos más necesarios
              habían desaparecido ya por completo, acaparados por los horroriza-
              dos habitantes de La Franja, y donde los enfrentamientos armados
              eran aún encarnizados, en Jibaliya, si bien el peligro se percibía un
              poco más lejano, aventurarse al exterior semidesierto, parcialmente
              arrasado por los recientes bombardeos, era algo a lo que tan sólo
              se atrevían los más osados. A pesar de los pocos habitantes que allí
              quedaban, en los maltrechos puestos de venta todavía se podía con-
              seguir algo de pan, cereales y carne de cordero, no todo lo fresca que
              hubiesen deseado, pero comestible al fin y al cabo.
                 La mujer consiguió llegar hasta los bajos de la precaria plaza,
              donde se concentraban en aquel momento más vendedores que
              clientes. Los elevados precios que algunos usureros pedían por sus
              productos, sumados a la escasa población que decidiera permanecer
              en el barrio, no hacían del lugar un sitio especialmente concurrido.
              No obstante, Fatma necesitó más de una hora para poder hacerse
              con un par de paquetes de judías, algo de pan y varias bolsas de pas-
              ta y arroz. Si bien la espera no fue necesaria para demandar aquello
              que necesitaba, se habían prolongado sobremanera sus negociacio-
              nes con los indolentes vendedores que, dada la necesidad y la escasez
              existente, no dudaban en obtener desorbitados beneficios por una
              mercancía de poco valor y menor calidad. Empero, Fatma consiguió
              convencer a Abdul, un viejo avaro que fuera amigo íntimo de su
              fallecido padre, Ibrahim Hasbúm, quien también había sido comer-
              ciante y, durante algún tiempo, socio del viejo Abdul.

                 El difunto Hasbúm nunca había tomado parte en los continuos
              conflictos que desde hacía décadas enfrentaban a sus paisanos con el
              vecino estado judío. Como buen comerciante se había mantenido
              siempre neutral, algo, por otra parte, indispensable para su supervi-


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