Page 15 - Edición final para libro digital
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que venía marcando su existencia desde el momento mismo de su
                 nacimiento.
                    En lo que no albergaba duda alguna la joven palestina era en lo
                 referente a su convencimiento de que nada tenía que hacer en Jibali-
                 ya. En adelante su futuro dependería de su capacidad para integrarse
                 en la sociedad judía, y de encontrar un marido que le asegurase una
                 vida tranquila y económicamente resuelta.
                    Las muchachas palestinas estaban sumamente influenciadas por
                 los condicionantes culturales a la hora de relacionarse con los mu-
                 chachos, y sus matrimonios solían ser pactados en base a la fortuna
                 y posición social del pretendiente. Las uniones nupciales entre los
                 miembros de su sociedad dependían, principalmente, de la aproba-
                 ción de sus padres o, en su defecto, de los integrantes varones de la
                 familia. Eran cientos las bodas negociadas que cada año se celebra-
                 ban en La Franja. Niñas aún impúberes entregadas en matrimonio
                 a hombres ya maduros, a veces casi ancianos, a cambio de una dote
                 económica o patrimonial. Si bien, en su caso, Fatma había tenido
                 suerte, al ser su padre un liberal, considerablemente influenciado
                 por su estrecha relación con los judíos, hacía ya mucho tiempo que
                 no aprobaba ese tipo de compromisos. Pero a pesar de todo, Fatma
                 sabía que no sería fácil para una joven palestina abrirse camino por
                 sí sola. Ni siquiera en una sociedad tan occidentalizada como la is-
                 raelita.
                    Con un poco de suerte llegaría a encontrar a algún muchacho
                 que, como ella, se considerase ajeno a las arcaicas costumbres de su
                 nación. Podría entonces relacionarse, sin sometimiento ni autoriza-
                 ciones, con la persona que la hiciese feliz. Fatma estaba segura que,
                 a pesar de los resquicios culturales heredados de su pueblo, su unión
                 en matrimonio sería por amor; algo que para ella nunca había sido
                 más que una palabra pero que siempre había imaginado como una
                 sensación plenamente satisfactoria.
                    Los dos jóvenes militares que la acompañaban la dejaron final-
                 mente en la residencia. Si bien habían recibido órdenes de facilitar
                 a la chica un lugar donde hospedarse en mejores condiciones de
                 intimidad y silencio hasta superar aquel trance, ante la negativa de


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