Page 18 - Edición final para libro digital
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profesional. El joven Kachka respetaba tanto a sus ascendientes que
jamás hubiese osado desobedecerles. Pero ya, en aquel momento, la
decisión no dependía de él ni de sus tutores. El servicio militar era
una de las obligaciones de cualquier ciudadano israelí, y Ariel podría
ver cumplido su sueño sin tener que ir en contra de la voluntad de
sus más inmediatos familiares.
Ariel Kachka era un muchacho de muy buena presencia. Si bien
no media más que un metro ochenta, su figura esbelta y proporcio-
nada lo hacía parecer más alto. Tenía los ojos claros, de un color gris
acerado que le otorgaban un aspecto de hombre frío, pero atractivo
al mismo tiempo. Su piel era de un tono ligeramente oscuro, lo que
daba una especial relevancia a su mirada. A pesar de que su rostro no
resultaba especialmente hermoso debido a una nariz algo prominen-
te y una barbilla de tosca apariencia, sus labios anchos y carnosos,
acompañados por una sonrisa extremadamente blanca, eran perfectos
aliados de un físico que no pasaba desapercibido para el sexo opuesto.
Su primer destino, después de la correspondiente instrucción
militar, había sido la custodia de escuelas y centros educacionales
en Tel Avid. Llevaba apenas dos semanas en su puesto cuando su
superior le ordenó dirigirse al instituto de Yad Eliyahu. Sin quejarse,
a pesar de su disconformidad con aquel tipo de encargos, procedió
junto a su compañero Raveh, algo mayor que él, pero mucho menos
apasionado por la milicia, a ejecutar la orden encomendada. Dicha
orden no daba lugar a malos entendidos; debían localizar a una jo-
ven palestina llamada Fatma, que asistía al instituto existente en esa
parte de la ciudad, y comunicarle la tragedia sobrevenida a su padre.
Así mismo debían hacerse cargo de su custodia y procurar hacerle lo
más llevadera posible aquella situación.
—¿Qué interés puede tener el ejército en hacer llegar a una joven
palestina una noticia así?, muchos palestinos mueren a diario en
Gaza. Y no es la primera vez que se matan entre ellos. ¿Qué tendrá
esa chica de especial? —preguntaba Raveh al joven Kachka.
—No tengo idea. Pero, en todo caso, tampoco es asunto nuestro.
Las órdenes no plantean ningún tipo de duda y nuestro deber es lle-
varlas a cabo. Iremos a Yad Eliyahu y encontraremos a esa palestina.
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