Page 21 - Edición final para libro digital
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inmenso dolor que sacudió a la muchacha cuando escuchó la notifi-
cación de su regente, no se desató en ella la histeria. Más bien al con-
trario. Encajó el comunicado con una entereza muy poco habitual
en una mujer de su edad. Pero, su inesperada compostura no era, ni
mucho menos, debida a una falta de sentimiento por la fatal muer-
te de su padre. La aparente serenidad con la que estaba encajando
aquel duro golpe tenía su origen en los muchos años que viviera en
Jibaliya. La muerte no era nada nuevo para ella. Toda su infancia
había transcurrido bajo la constante amenaza de las bombas.
Ya siendo una niña se dormía con el arrullo de los disparos de
ametralladora y las explosiones de las granadas. La violencia y el
sufrimiento habían estado siempre presentes a su alrededor, y los
llantos desesperados de las viudas y los niños habían curtido de tal
guisa sus oídos, que hacía ya mucho tiempo que el dolor se había
instalado en su rutina. Sin embargo, en aquel momento, era a ella a
quien tocaba afrontar nuevamente la desgracia. Una vez más, aquel
estúpido enfrentamiento le había robado a otro ser querido. Hacía
poco más de tres años había sido Karima, su madre, quien le fuera
arrebatada por una venganza ciega. Una bomba caída del cielo había
destrozado su cuerpo, aún joven y lleno de vitalidad. Fatma recor-
daba muy bien aquel momento. Entonces sí había gritado. Sus ojos
se habían inundado en lágrimas y su dolor se había manifestado sin
aprensión alguna.
Se suponía que también en ese instante debería expresar a gritos
su dolor, desahogarse y anegarse en la pena, pero nada de eso le
sucedía. Fatma se sentía incluso culpable por no expresar más vehe-
mentemente su desconsuelo. Pero, simplemente, de sus oscuros ojos
no surgía la más elemental expresión del llanto. Interiormente, la
angustia la ahogaba, pero fue incapaz de exteriorizar su aflicción en
aquel instante. Quizás más tarde, cuando llegase a asumir realmente
lo ocurrido, toda su amargura se manifestase en desesperados sollo-
zos. Mas en aquella situación, tan sólo deseaba saber lo ocurrido.
—¿Cómo ha sido? —preguntó dirigiéndose a Kachka, con-
vencida de que habían sido los infantes los portadores del nefasto
anuncio.
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